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CRÓNICA

Tercer Informe: ¿el fin del tobogán?

Roberto Zamarripa

(30 agosto 2015) .-00:00 hrs

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La noticia los tomó jugando dominó. A menos de dos horas de aterrizar en Gander, Canadá, el presidente Enrique Peña llevaba la mano en la partida. Sometía con cuatros a su vocero, Eduardo Sánchez, cuya pareja de juego era el titular de Hacienda, Luis Videgaray. El Presidente tenía de mancuerna al jefe de gabinete, Aurelio Nuño.

Viajaban plácidos en la parte delantera del TP01; piernas estiradas, relajados, rumbo a París. De repente, el secretario privado, Jorge Corona, acercó a su jefe un teléfono. El Presidente se incorporó de su asiento y detuvo el juego. A puerta cerrada tomó la llamada telefónica. Era el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, quien llamaba desde Londres. Peña hizo algunas preguntas antes de colgar.

Se había ido sonriente a la cabina. Regresó desencajado a su asiento. "Se fugó El Chapo", dijo a sus compañeros de juego. El vuelo aturdía. "¿Cómo?", terció alguno. Peña alzó la voz: "se fugó El Chapo. Parece que por un túnel. Están investigando".

Cuando Peña fue enterado en pleno vuelo, El Chapo ya iba en otro avión, rumbo a Mazatlán. Eran cerca de las 10 de la noche, hora mexicana. Todos quedaron mudos, paralizados. Peña preguntó cuánto faltaba para llegar a Gander. Le dijeron que menos de dos horas. No había condiciones para platicar del tema en el avión.

"Vamos a terminar", ordenó Peña señalando las fichas de dominó. Ganó con cuatros.

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¿Podía haber una peor noticia luego de un año que acumulaba tanta desventura? Entre la matanza de 43 normalistas en Iguala, las revelaciones del conflicto de interés por la Casa Blanca, la cancelación del tren rápido a Querétaro por sospechas de lo mismo, y el descrédito nacional e internacional, el gobierno federal no tenía respiro.

El Chapo Guzmán, detenido en febrero de 2014, era el trofeo que daba razón a una nueva estrategia de seguridad basada en la inteligencia y no en la violencia.

No podía fugarse como le ocurrió a Vicente Fox. "Sería imperdonable", había dicho Peña en su momento.

Pero lo volvió a hacer, en el momento de mayor distracción que haya tenido el gabinete federal en el trienio.

El presidente Peña, su secretario de Hacienda, su Jefe de Oficina, el vocero de Los Pinos, el canciller José Antonio Meade, todo el staff del Estado Mayor Presidencial, andaban en el cielo apenas por cruzar territorio estadounidense y sobrevolar aguas canadienses rumbo a Newfoundland, en la primera escala rumbo a París.

El secretario de Gobernación dormía en un hotel de Londres. El general Salvador Cienfuegos y el almirante Vidal Soberón, titulares de la Defensa y la Marina, respectivamente, ya andaban en Europa. Juan José Guerra, secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales; Ildefonso Guajardo Villarreal, secretario de Economía; Enrique Martínez y Martínez, secretario de Agricultura; Mercedes Juan López, secretaria de Salud, y Claudia Ruiz Massieu, secretaria de Turismo, ya andaban en la Ciudad Luz.

El titular de la Comisión Nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido, comía tiempo en una sala del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, a unos minutos de subir a un avión que lo llevaría a Francia; su subordinado, Enrique Galindo, el jefe de la Policía Federal, ya se había adelantado.

La procuradora general de la República, Arely Gómez, estaba viendo una película en un estudio de su domicilio en la Ciudad de México. Vencida por el sueño, no sabía que ésa sería su noche más larga pero despierta.

Ese sábado, el director del Penal del Altiplano, Valentín Cárdenas Lerma, había pedido el día franco. Sus jefes también. Juan Hernández Mora, titular del Órgano Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social de la CNS, tenía asueto. Su segunda de a bordo, la experimentada Celina Oseguera, había viajado a Nayarit a ver a su mamá.

Las alarmas fueron activadas con demora. Los empleados del Cisen encargados de observar sin pestañear las imágenes de la celda de El Chapo, captadas por las cámaras de seguridad, habían hecho caso omiso de algunas anomalías. Los custodios de la Policía Federal encargados de lo mismo en el Altiplano tenían en pantalla registrado un comportamiento extraño del reo sinaloense, quien durante más de una hora, previo al momento en el que se sumerge debajo de la regadera, iba y venía en su diminuta celda.

El primer aviso de los custodios a superiores tardó 18 minutos en llegar, tiempo en el que El Chapo recorrió en moto el túnel para abordar un vehículo que lo llevó hasta Querétaro. La razón de la demora en el reporte, según declaraciones ministeriales de los vigilantes, era que la imagen de la cámara se había pasmado.

En realidad, pasmados quedaron todos cuando llegó el segundo aviso, 8 minutos más tarde. Prácticamente media hora después, cuando El Chapo ya iba en carretera rumbo a Querétaro, se detonaron las alarmas. Sobre las nueve de la noche enteraron a Rubido, a punto de entrar al avión. A esa hora amanecía en Londres. La llamada desde México despertó muy temprano a Osorio Chong: se fugó El Chapo.

Poco antes de la medianoche, hora de México, la procuradora Arely Gómez fue enterada. De inmediato se alistó para acudir a su oficina, donde citó a todos sus colaboradores. Instruyó el envío de peritos al penal, que llegaron en la madrugada del domingo. La titular de Sedesol, Rosario Robles, enterada también por esas horas, llamó a Alfonso Navarrete, titular de Trabajo. "¿Qué hacemos?", inquirió. "Nada", lamentó Navarrete.

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El TP01 aterrizó en el aeropuerto de Gander a las 23:40 horas. El Presidente bajó de inmediato con su esposa Angélica Rivera y su hija Regina. Junto con la comitiva pasaron de inmediato a una sala VIP. Usualmente, primero desciende el grupo de periodistas que viaja en la parte posterior de la nave. Pero en esta ocasión no. La comitiva presidencial tenía prisa por ubicarse en un lugar tranquilo.

Peña Nieto hizo llamadas a Londres y México. Dio la orden de que se emitiera un comunicado informando de la fuga con los detalles que se tuvieran al momento. Pidió no demorarlo. Ordenó a la procuradora el inicio de la investigación. La sala VIP parecía sepulcro. En la dura circunstancia salió a cuento si había que retornar a México. Nadie dudó. Menos Peña. Había que seguir a París.

Apenas llegaron a la capital francesa, Peña citó a junta urgente. En un salón del hotel Hyatt Vendome, el Presidente abrió la discusión. Primero, ratificar que la visita de Estado se mantendría y, segundo, que él debería decirlo en un mensaje a los periodistas que cubrían la gira, condenando la fuga del criminal.

Hubo discrepancias. Algunos dijeron que el vocero Eduardo Sánchez debía hablar ante la prensa. Otros comentaron que únicamente debía emitirse un comunicado. Al momento se seguía trabajando en un breve mensaje. "Voy a hablar yo", zanjó el Presidente, y nadie chistó.

La prensa fue citada en la residencia del embajador de México en París. No habría preguntas. "Estamos al tanto de un hecho muy lamentable, que ha indignado y que indigna a la sociedad mexicana. Me tiene profundamente consternado ante lo ocurrido, precisamente, en la fuga de uno de los delincuentes que hasta antes había sido de los más buscados en México y en el mundo", dijo Peña con voz grave.

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De los 122 delincuentes más peligrosos, 84 ya estaban abatidos o en la cárcel, presumía el presidente Peña durante su mensaje por el Segundo Informe de Gobierno, el 2 de septiembre de 2014. Uno de ellos, el mayor, Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, había sido atrapado en Culiacán, en febrero de 2014.

Era la cereza de un pastel cocinado con cuidado. El principal logro del presidente Peña, decía el entonces líder del PRI, César Camacho, fue "haber puesto en movimiento al país y haberlo ubicado en una especie de plataforma de lanzamiento".

Septiembre de 2014: las reformas legislativas en materia energética, laboral, educativa, telecomunicaciones y fiscal habían sido aprobadas. El gobierno federal presumía su eficiencia, su eficacia, su certeza y, sobre todo, el basamento: un consenso legislativo que le permitía un amplio margen de maniobra y una gran autoridad. Obvio: gozaba de aprobación ciudadana, que en agosto de 2014 rondaba el 50 por ciento.

Peña Nieto ofreció su mensaje del Segundo Informe en Palacio Nacional. Fue ovacionado por los invitados. "México ya está en movimiento. Si algo nos tiene que quedar muy claro, es que éste no es el país de antes, éste es el México que ya se atrevió a cambiar", dijo el Presidente. Y anunció la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, una megaobra trascendental con una inversión de 170 mil millones de pesos; un tren bala a Querétaro, cuatro tramos de Metro en el Distrito Federal, y lanzó una nueva estrategia de combate a la pobreza a la que le llamó Prospera.

Abróchense los cinturones. Todo listo en la plataforma de despegue.

Días después, el Presidente viajó a Nueva York, donde fue recibido con fanfarrias. En el Hotel Waldorf Astoria, en una solemne ceremonia, fue distinguido como "Estadista Mundial 2014" por Appeal of Conscience Foundation.

"Los avances no son resultado del trabajo de un solo hombre, ni siquiera de un solo gobierno, son logros de toda una nación", dijo Peña al recibir el reconocimiento.

El presidente de la Appeal of Conscience Foundation, Arthur Schneier, había expresado que, pese a que sólo era un rabino, "a veces tengo profecías y usted me oyó decir antes acerca de que usted va a asumir un papel de liderazgo en la escena mundial".

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Los números se invirtieron. Del 50 por ciento de aprobación ciudadana en agosto de 2014, Peña caía, en agosto de 2015, al 34 por ciento.

El dólar estaba hace un año a 13.30 pesos. Ahora casi llega a los 18. Se prometía un crecimiento económico del 5 por ciento. Hoy no hay quien se anime a pronosticar más de 2.5.

Tercer Año de Gobierno. El tobogán. De la exultación al perdón. De la cima a la sima. Del despegue glorioso al aterrizaje forzoso.

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En realidad, todo cambió en 60 días. Entre el 26 de septiembre y el 26 de noviembre de 2014.

Una pesadilla que, de tanto relatarse, se convirtió en la convivencia nacional. Aquí nos tocó sufrir. Puede ser que al gobierno federal le hiciera daño la facilidad con la que consumó los cambios legislativos. Confundidos con el consenso de las élites, convirtieron todo en un exagerado cálculo político. No tocar, era el letrero distintivo. Si uno toca o mueve una pieza en Guerrero, se caerá el control de los maestros en Oaxaca o la tersura electoral o la aprobación del presupuesto. Se simulaba.

"Nos faltó una agenda más contundente en materia de seguridad y de Estado de Derecho. Nos quedamos cortos. No vimos la dimensión del problema y la prioridad que debería haber tenido", admitió el jefe de la Oficina de la Presidencia y pieza clave en la exitosa estrategia de consensos, Aurelio Nuño, en una entrevista con el diario El País en diciembre de 2014, cuando parecía que la turbulencia había cesado.

Y sí, no habían visto debajo de las enormes capas de engaño tejidas por el gobernador Ángel Aguirre y la dirigencia nacional del PRD, las corrientes subterráneas que mantenían en tensión a Guerrero. Los grupos del narco disputaban al amparo del poder estatal y municipal los dominios territoriales, el negocio criminal, e incluso el control de candidaturas a alcaldes y legisladores.

Esa disputa político-criminal dominaba el panorama. Por eso, cuando los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa tomaron los camiones en la central de autobuses de Iguala, el 26 de septiembre, no fueron vistos como meros revoltosos, sino como los enemigos que amenazaban la estabilidad del proyecto de uno de los grupos criminales, Guerreros Unidos, asociado con dirigentes políticos locales del perredismo.

Policías municipales y sicarios aniquilaron a los muchachos para dejarles en claro que Iguala no era su territorio. La masacre y la desaparición física de los victimados manifestaba el punto climático del dominio criminal. La jerarquía militar, policiaca y gubernamental, igualmente harta de las protestas de normalistas, consintió inicialmente la barbarie.

Al desastre sobrevino uno adicional que acrecentó la gravedad de la situación: la impunidad. Primero, se quiso incriminar a los muchachos; después, se hicieron perdidizas las pistas, luego se resbalaron las responsabilidades y, ya exhibida la circunstancia de la asociación político-criminal (narcos y perredistas mancomunados), quedaba claro que el gobierno de Guerrero no propiciaría ninguna solución. Era parte inequívoca del conflicto.

El Presidente titubeó. Estaba en su mesa la decisión de nombrar a un comisionado federal para la seguridad y la gobernabilidad en Guerrero, que sería una cuña para el gobernador. En el primer círculo gubernamental había incluso opiniones de remover a Aguirre y rehacer el gobierno estatal desde el centro. Pero era época electoral y eso alteraría las ecuaciones políticas tanto al gobierno federal, como al PRI y al PRD.

No tocar, era la consigna. Y al PRD no lo tocaron. A Joaquín Hendricks, ex gobernador de Quintana Roo, quien ya hacia maletas para irse como comisionado federal a Chilpancingo, le calmaron las ansias.

La dirigencia perredista pidió clemencia y tiempo. Solicitó una oportunidad para resolver, como partido en el gobierno estatal, la tremenda crisis. Peña accedió y solamente emitió hasta el 6 de octubre un discurso de condena a los hechos y arrebató la indagatoria penal a la Procuraduría Estatal para que quedara en manos de la PGR.

La imagen internacional de México había cambiado en instantes. El gobierno reformador y moderno pasó a ser el asesino y retrógrado. En los reclamos internacionales no se definía la responsabilidad política y moral de un gobierno local de un partido presuntamente opositor, sino la falta de autoridad federal para controlar la narcoviolencia. México no era diferente; era el mismo o peor. Las masacres sucedidas en el sexenio de Felipe Calderón también ocurrían en el de Peña.

La tardía respuesta federal, la falta de decisión para encarar al gobernador Aguirre (todavía sin castigo ni por esa crisis ni por las corruptelas exhibidas en su administración), la demora en resultados en la indagatoria de la PGR, eran las minas que estallaban a cada paso de los funcionarios.

El gobierno perdió el paso. Tenía preparada una visita de Estado a China que lo pondría al tú por tú con otro gigante mundial, al que le tenían sin cuidado los problemas internos mexicanos. Sin embargo, luego de una fuerte presión en opinión pública que reventó en el Senado de la República, cuando la legisladora panista Marcela Torres desnudó el negocio del tren bala a Querétaro, el gobierno federal se vio obligado a suspender el proyecto ferroviario. La razón: un empresario consentido de la casta mexiquense, Juan Armando Hinojosa, dueño de Grupo Higa, estaba en el negocio y alteraba las reglas del juego y de competencia en el proyecto. El problema es que iba en alianza con inversores chinos.

La abrupta cancelación provocó el enojo de Pekín en la víspera de la visita de Estado. Pero la crisis Higa apenas iniciaba. La Presidencia tenía conocimiento de que otra bomba estallaría: las revelaciones sobre la adquisición irregular de una casa para la familia presidencial en Las Lomas. La casa habría sido financiada por el empresario Hinojosa, el del tren, las carreteras, las obras de aquí y de allá, cuando la familia Peña-Rivera preparaba su ascenso al poder presidencial.

La noticia, como otras tantas malas noticias para su causa, fue dada a conocer en México mientras Peña viajaba en el TP01 rumbo a Pekín.

La noche de su salida, luego de las protestas en el centro de la Ciudad de México por la masacre de Iguala, una turba quemó parcialmente una puerta de Palacio Nacional. En medio del enojo de algunos sectores pululaba el reclamo de que Peña suspendiera su visita a China y mejor se quedara en México a atender la crisis de Guerrero.

Con esos ecos tomó el avión y, en la primera escala en el aeropuerto de Anchorage, Alaska, defendió la visita de Estado a China y condenó la violencia en Palacio Nacional. Ya sabía de la revelación pública de la Casa Blanca, pero no tocó el tema.

La Presidencia quiso salir al paso con un pequeño comunicado emitido en la Ciudad de México y no dedicó demasiados esfuerzos para enfrentar la revelación que en segundos se convirtió, vía redes sociales, difusión en el noticiario de radio de Carmen Aristegui y en tres medios impresos, en el escándalo nacional. En China, Peña recibió reclamos del gobierno chino, dichos diplomáticamente, por la cancelación del tren. Pero el Presidente, como dijo entonces, estaba con un ojo al gato y otro al garabato. Cargó con un teléfono rojo, la red presidencial, a su cuarto en China y Australia. Llamaba a México a sus subordinados a toda hora para revisar la situación nacional. Tenía dos crisis encimadas y el reclamo por su ausencia.

Durante su estancia en China, para la reunión de APEC y la visita de Estado, y en Australia, para la reunión del G20, Peña caviló con su equipo la mejor respuesta a la desazón nacional.

El Presidente tenía en la mesa una propuesta de crear una comisión de la verdad que indagara los acontecimientos que habían lastimado a la opinión pública. La comisión estaría integrada por ciudadanos de reconocida trayectoria e imparcialidad. Incluso se manejaba el nombre de José Narro, rector de la UNAM, para encabezarla.

La inercia derrotó esa posibilidad. Y acumuló mayores agravios. A su retorno a la Ciudad de México, Peña declaró que agotaría el diálogo con padres de las víctimas de Iguala y que aclararía el tema de la Casa Blanca. Pero no dio el paso adelante. De nueva cuenta, la falta de respuesta, oportuna, decidida, contundente, aceleró lo que ya parecía una esclerosis gubernamental.

Un video donde la Primera Dama, Angélica Rivera, hacia frente a acusaciones y anunciaba la venta de la Casa Blanca, introdujo mayor confusión e indignación en el ambiente.

Las crisis ensimismadas no daban tregua.

Fue hasta el 26 de noviembre cuando el presidente Peña lanzó un decálogo de medidas que parecían de urgencia y se convirtieron en burocráticas. Anunció, en acto formal, desde un teléfono de emergencia para asuntos de inseguridad hasta la implantación de las policías únicas en los estados. Desde acciones inmediatas para atender la crisis de violencia en Jalisco y Tamaulipas, hasta un estudio académico que diera luces sobre las deficiencias jurídicas y políticas en el combate de la inseguridad.

El decálogo naufragó. El gobierno había perdido el paso, sus bases de consenso (su aliado el PRD estaba en jirones tras la exhibición de sus redes criminales), su tino, su eficiencia habían descarrilado. La condena internacional no cesaba. La popularidad del Presidente iba en picada.

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Para 2015 la apuesta cambió. Lo que podía dar un remanso era la obtención por parte del partido en el gobierno de la mayoría legislativa en la elección. Y para apuntalarlo el gobierno federal optó por un camino de gran riesgo: inflar a un aliado, el Partido Verde, para completar los votos que un impresentable PRI, dañado por las crisis aludidas, no podría tener en los comicios.

Al Verde se le permitió violar la ley electoral con anuncios en cines, televisiones, parabuses, espectaculares, dispensándole impunidad en los órganos electorales.

La elección, de todas formas, otorgó un respiro. Le devolvió la confianza al gobierno y fortaleció la tesis expresada por Nuño en la entrevista de diciembre con El País: "No vamos a sustituir las reformas por actos teatrales con gran impacto, no nos interesa crear ciclos mediáticos de éxito de 72 horas. Vamos a tener paciencia en este ciclo nuevo de reformas. No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas".

El gobierno decidió salir del pasmo con la advertencia de que relanzaría las reformas ya aprobadas. El problema es que la aceleración de las reformas del futuro era difícil con un presente estancado.

Del Segundo al Tercer Informe de Gobierno transcurrió un año terrible. Sin descanso. Una pesadilla.