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RÉPLICAS DEL 85

Tlatelolco: la otra reconstrucción

Andro Aguilar

(13 septiembre 2015) .-00:00 hrs

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La gravedad de la Suite de Bach, que una niña de 12 años reproduce con un violonchelo de unos centímetros apenas más pequeño que ella, cubre por momentos el espacio que hace 30 años ocupaban 288 departamentos en una mole de 40 metros de altura.

Fernanda Nayelly frota las cuerdas sentada en una de las gradas del Reloj de Sol, construido en la huella de mil 989 metros cuadrados que dejó el edificio Nuevo León en la Unidad Habitacional Nonoalco Tlatelolco. Practica ahí antes de ensayar con una orquesta infantil en Tepito.

Aún con el uniforme de la secundaria a la que asiste en la colonia Agrícola Oriental, la niña coloca sus partituras en el piso disparejo y las fija con una botella de agua.

Acude tres veces por semana a la principal cicatriz del sismo de 1985 en Tlatelolco.

Fernanda sabe que aquí es donde el tenor Plácido Domingo colaboró en los trabajos de rescate, un año después de participar en el filme de la ópera favorita de la niña y de su madre: Carmen.

Sentada en el epicentro que simbolizó la caída del utópico México moderno de los 60, Fernanda tiene otra certeza: a los 22 años será directora de orquesta, como lo es también Plácido Domingo, quien se presentará esta semana en la Plaza de las Tres Culturas para conmemorar a las víctimas del sismo que devastó el corazón del país hace 30 años.

Podría parecer que, con la música de Bach que emite el chelo de Fernanda, los cimientos del Nuevo León que quedaron ahí, y sobresalen en el área, emergen tres décadas después suspendidos en el tiempo. Pero se trata sólo del efecto de hundimiento de la ciudad.

El Reloj de Sol inaugurado en 1991, cuando la superficie plana permitía que la sombra de la manecilla marcara la hora sobre el piso, es un lugar de tránsito cotidiano por su cercanía con el Paseo de la Reforma.

Pocas personas permanecen en el lugar. La mayoría sale a jugar con sus niños o a pasear con sus mascotas. Provienen principalmente de otras colonias, como Fernanda, o como la señora Olga Duarte, quien aprovecha el espacio para que su nieto juegue como no lo puede hacer en la colonia Morelos, donde viven.

Mientras observa a su nieto de 7 años de edad trepado en la manecilla del reloj, Olga Duarte relata que ella también llegaba hace más de 30 años a Tlatelolco a jugar. Se divertía con otros niños a bordo de uno de los seis elevadores que tenía el edificio Nuevo León, hasta que algún residente los reprendía.

Los "tlatelolcas", afirma, veían por arriba del hombro a la gente de colonias aledañas como ella. Una barrera que el sismo parecía haber derrumbado, cuando muchos de los voluntarios en las labores de rescate provinieron de esos barrios. "Me acuerdo y el cuero se me pone chinito de nuevo", confiesa Olga.

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Con el terremoto de 1985, en Tlatelolco ocurrió un cisma social del que, tres décadas después, sus habitantes no han terminado de reponerse.

En esta "ciudad dentro de la ciudad", como fue promovida en su estreno en 1964, la caída del Nuevo León dejó casi 500 muertes oficialmente, aunque los vecinos señalan más de mil, además de los damnificados de esas y otras viviendas.

Los tlatelolcas recuerdan su colonia con nostalgia por los buenos tiempos. Algunos suspiran cuando describen los pisos blancos y brillantes de la Plaza de las Tres Culturas, los jardines puntualmente podados y los mosaicos venecianos en los muros de los edificios, cuya imagen poderosa, fotografiada por Armando Salas Portugal, fue el estandarte internacional del México boyante y próspero de hace cinco décadas.

Los casi dos minutos de temblor sorprendieron a Tlatelolco en condiciones muy distintas a las del nacimiento de la unidad; el crecimiento del PIB ya no era de 6.73 por ciento como en 1964, sino de apenas 0.18.

El sismo no se llevó el pasado mejor en Tlatelolco; pero fue un corte de caja. La crisis económica y el adiós definitivo al Estado protector se combinaron con la muerte de familiares y amigos, las modificaciones del espacio público y la huida de la mitad de los vecinos que dejaron el miedo, el estigma de riesgo y la puerta abierta para la llegada de miles de rostros desconocidos, que se incorporaron como los nuevos tlatelolcas en este territorio cargado de historia.

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Como hace tres décadas, Antonio Fonseca Martínez, ahora de 69 años, camina por el andador del edificio Nayarit en la tercera sección de Tlatelolco. Forma parte del comité editorial de la publicación Vivir en Tlatelolco, fundada en 2003 con la idea de reforzar la cohesión entre vecinos.

Con la mano derecha jala un carrito para transportar la despensa que comprará en un centro comercial. Es el mismo camino que transitó la mañana del 19 de septiembre de 1985. Si el edificio Nuevo León siguiera en pie, tendría que cruzarlo para llegar a su destino. Pero Antonio Fonseca lo vio caer a menos de 15 metros de distancia, cuando iba a dejar a su hijo a la escuela.

Esta última semana de agosto de 2015 se detiene justo en ese mismo punto. Relata que a las 7:19, cuando llegó el terremoto, se colgó la mochila escolar en el hombro derecho y se abrazó al tubo del andador. Con la mano izquierda, tomó la mano de su hijo, entonces de 8 años de edad. "Ahorita que se pase el temblor nos vamos a la escuela", fue la promesa que no pudo cumplir.

Un grupo de trabajadores de la Subdelegación territorial comía tamales y bebía atole frente al puesto de una vendedora. Hacían chistes sobre su propio miedo. Pero la risa se detuvo conforme el sismo avanzó.

Más de medio minuto y la tierra se seguía moviendo. Una vecina que salió del Nayarit cayó con sus dos hijas adolescentes que iban al Colegio Franco Español.

Antonio estaba frente a la entrada "D" del Nuevo León, que parecía quejarse con crujidos. El ruido aumentó el nerviosismo de los trabajadores. El vaivén continuaba.

Los vecinos que salían del Nuevo León no lograban mantenerse en pie. Antonio nunca había presenciado un temblor así. Vio salir a personas con ropa y sin ella. Una señora con bata, un hombre envuelto en una toalla y un bebé desnudo en los brazos...

Calcula que se juntaron alrededor de 40 personas en la zona.

Rebasado el minuto, las dos columnas que Antonio tenía enfrente comenzaron a desmoronarse. Escupían trozos de cemento, soltaban polvo, les brotaban agujeros.

Fue el preámbulo de lo que él ilustra como si alguien tomara el extremo de una alfombra y la sacudiera de golpe. Todos se elevaron y cayeron al piso. También el Nuevo León. Dos de los tres módulos del edificio no soportaron. No lo supo en ese momento, pero cuatro pisos y la planta baja se sumergieron en la tierra; los nueve niveles restantes y los cuartos de azotea se vinieron abajo.

Hubo caos en medio de una enorme nube de polvo. El gas natural escapaba por las tuberías rotas. La gente gritaba alterada.

Envuelto en miedo, Antonio corrió sin rumbo con su hijo de la mano. Un poco más sereno, se dirigió a la Plaza de las Tres Culturas, donde quiso contar el terror de lo presenciado.

-¡Naa, estás loco!- fue la respuesta que obtuvo de su amigo Fernando.

Quizá Fernando tenía razón en no creerle. Cómo un símbolo de la modernidad que concentraba el trabajo de décadas de toda una nación, la utopía del México sin vecindades al que se refirió Carlos Monsiváis, se podía venir abajo en menos de dos minutos...

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Los efectos del sismo en Tlatelolco se ven en las camisas de fuerza de cemento que abrazan los edificios reconstruidos y en los huecos dejados por las demoliciones, pero una de las principales consecuencias es intangible.

En la ciudad, por el sismo florecieron la solidaridad y la empatía; sin embargo, el tejido social, construido durante los 21 años de la unidad habitacional, quedó fracturado.

Como refiere Ricardo Martínez, del Centro Cultural Universitario (CCUT) que la UNAM habilitó en Tlatelolco en 2007 -después de que el gobierno federal desalojó el antiguo edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores, que también debió pasar a la historia como icono de un México que se proyectaba moderno y cosmopolita ante el mundo-, los terremotos afectan a las personas más que a las construcciones.

La cohesión comunitaria se rompió cuando 5 mil de las 12 mil familias huyeron por miedo. Personas con hábitos y condiciones socioeconómicas distintos llegaron a la zona señalada como exclusiva en los anuncios publicitarios de los años 60.

Juana Martínez, una mujer de 54 años de edad que vive en el edificio Sonora, lo explica mientras camina frente a la iglesia de Santiago Tlatelolco, rumbo al CCUT.

La vecina recuerda que para acceder al fideicomiso que les permitía habitar por 99 años los departamentos previo al sismo, los aspirantes debían cumplir con un perfil de cierto poder adquisitivo, eran, refiere, profesionistas o empleados del gobierno.

Relata que en el edificio Chihuahua, por ejemplo, existían comercios enfocados al turismo, platerías y tiendas de artesanías contrastantes con las lavanderías o estéticas de hoy en día. La mujer habla de una "invasión" que minó el nivel de vida.

"Al ser personas de bajos recursos y de baja educación, empieza a haber vandalismo, comercio ambulante... Son personas sin reglas de convivencia sanas. Les da lo mismo tener un elevador pintarrajeado o dejar abiertas las puertas de los edificios. Ese tipo de cosas: los pequeños detalles que hacen una mejor forma de vida...

"Antes era muy bonito vivir en Tlatelolco. Era una belleza, con reglas de convivencia sanas. Todo eso se acabó. Ya cada quién como pueda...", lamenta.

Muchos coinciden con la señora Juana.

Nahúm González suelta su conclusión sin reservas: "Tlatelolco se acorrientó".

Este veracruzano fue desalojado del edificio Ignacio Comonfort que sería derrumbado en la segunda sección de la unidad, donde hoy se encuentra el Parque de la Paz. González atribuye la basura, el descuido de las jardineras y los daños en los edificios a los vecinos que se incorporaron después.

"A los de las azoteas les dieron departamentos y los que tenían departamento perdieron. Hoy nadie se preocupa por nada, Tlatelolco está en el deterioro", se queja.

Otros, como Jesús Verver, un abogado guanajuatense de 70 años que defiende los conjuntos urbanos por encima de enormes torres de departamentos actuales que aíslan a sus habitantes, reconoce que fue difícil la integración con los nuevos residentes, pero finalmente se adaptaron.

El antropólogo Miguel Ángel Márez Tapia, tlatelolca que ha dedicado su vida académica al estudio del lugar donde creció, subraya la tensión que prevalece entre los que ya estaban y quienes llegaron después del sismo, esa reconstrucción sigue inconclusa: "El efecto social y comunitario fue uno de los más afectados en este proyecto".

Márez Tapia explica cómo la convivencia social fue alterada cuando se modificó el espacio público durante la reconstrucción después del sismo. En los "cuadros", esos espacios libres que existen frente a los edificios, fueron instalados campamentos de trabajadores y locales comerciales, lo que interfirió con la convivencia cotidiana.

"Los cuadros son el espacio donde se forjaron y construyeron las identidades, fortalecidas a través del tejido social implementado en los primeros 25 años del conjunto urbano".

Y a menor tejido social, mayor inseguridad. El especialista lo explica a un costado del mural dedicado a Francisco Cabrera, un joven apuñalado en 2012 en un asalto.

Ese asesinato se sumó a una cadena de delitos por los que los vecinos protestaron con el cierre del Paseo de la Reforma. Consiguieron la asignación de 102 policías en dos turnos y cinco números telefónicos disponibles 24 horas, para los casi 30 mil habitantes.

Los delitos que predominan en la zona, según algunos vecinos, son el robo de autopartes y los asaltos a transeúntes. Preocupan también los robos a casas habitación, que han dejado tres asesinatos de ancianas en el último año.

Al final de los horarios escolares, es común ver a niños en los cuadros, pero las rejas colocadas en los edificios por la inseguridad han generado pasillos solitarios.

El antropólogo Márez Tapia profundiza en la apropiación del espacio público como factor para reducir la incidencia delictiva:

"Hacíamos territorio jugando, compartiendo, socializando en los cuadros. Hoy se prefiere ir hacia la propia casa más que al espacio público. Pero si no tienes ahí relaciones de amigos, de grupos, de esparcimiento, adultos mayores u otras generaciones, estos espacios se convierten en islas desiertas inseguras y los ocupan otros. Y muchos de ellos son personas que se dedican a delinquir", explica.

Otros factores identificados en contra de la cohesión comunitaria en Tlatelolco son la liquidación del fideicomiso, precipitado por el terremoto, y la conversión de Subdelegación territorial a Dirección territorial.

Al convertirse en propietarios, los vecinos se enfocaron sólo en sus departamentos, a diferencia de lo ocurrido como participantes del fideicomiso, cuando tenían derechos comunes que defendieron organizados desde los años 70.

La desaparición de la subdelegación territorial generó que la delegación Cuauhtémoc administrara las áreas verdes y deportivos de la unidad, en los que familias enteras de Tlatelolco establecían comunidad y donde hoy se reciben principalmente a personas de otras colonias.

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El multifamiliar cumplió 50 años en 2014 y aún así, el arquitecto Santiago Jordá desafía: "Es más fácil que se caiga la Torre Mayor que esta torre".

Lo dice desde su oficina ubicada en el penthouse del edificio Veracruz, después de haber subido 21 niveles por medio de 354 escalones -más de un centenar de los necesarios para llegar a la cima de una construcción como la Pirámide del Sol de Teotihuacán-, debido a que el elevador fue inhabilitado por falta de pago de los vecinos.

La primera vez que el arquitecto llegó a la construcción desde donde platica, Manuel Camacho Solís oprimió el botón para derrumbar con explosivos el módulo que había quedado en pie del Nuevo León.

Jordá fue miembro de la comisión técnica encargada de la reconstrucción de la unidad habitacional y actualmente es asesor de los trabajos de cambio de red hidráulica que se realizan en la segunda y tercera sección de la unidad.

En ocasiones, acude a dar pláticas a vecinos de distintos edificios sobre las estructuras de sus viviendas. Explica que los trabajos de reconstrucción fueron realizados bajo una norma emergente que resulta 25 por ciento más exigente que el reglamento actual.

La de Tlatelolco fue la única unidad habitacional en la Ciudad de México reconstruida después del sismo, tras una lucha vecinal que exigió al gobierno federal cumplir la cláusula octava del Certificado de Participación Inmobiliaria.

Doce edificios fueron demolidos, incluyendo el Nuevo León, y se hicieron trabajos de reducción de niveles, recimentación, reestructuración y acabados a 60 de los 90 edificios restantes.

La "ciudad dentro de la ciudad" sería un poco menos gris si las fachadas y otros acabados no hubieran quedado inconclusos con la llegada de Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia.

A pesar de lo que explica Santiago Jordá con carpetas de planos sobre la mesa, Tlatelolco conserva el estigma de ser una zona con alto riesgo de caer, tanto por vecinos y personas externas.

Los principales servicios que brinda Protección Civil cuando tiembla en la zona son para atender crisis nerviosas, afirma Julio César Corona, coordinador en la dirección territorial de Tlatelolco. Las únicas cuarteaduras que han hallado, asegura, son superficiales, de pintura.

La delegación Cuauhtémoc realizó peritajes a los 90 edificios entre 2009 y 2011 y aseguró que no existen riesgos de derrumbe. Los vecinos, sin embargo, cuestionaron su veracidad y señalaron errores.

Irene Zapata Moreno, con 24 años de edad y 12 viviendo en Tlatelolco, se mudó hace ocho meses a un edificio de menos niveles, por el temor a los sismos que percibía todos los días.

"Sé que tiembla todos los días, aunque sean muy ligeros y casi imperceptibles. También sé que con las reparaciones que hicieron estos edificios no sé van a caer, ¡pero a mí me da pavor! ¡A lo mejor es psicológico!" bromea.

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Los habitantes de Tlatelolco fueron punto medular de la Coordinadora Única de Damnificados en 1985, por la organización previa con que contaban. Uno de sus representantes fue el médico Cuauhtémoc Abarca Chávez, quien por momentos fungió como interlocutor directo con el gobierno federal y llegó a gestionar la asignación de gran número de departamentos en Tlatelolco a los damnificados.

Hoy, desde la terraza del departamento que adquirió tras el sismo, donde tiene la Plaza de las Tres Culturas a sus pies, Abarca sostiene que en Tlatelolco el principal pendiente desde el sismo es la justicia.

"Hubo edificios que se cayeron porque fueron construidos bajo normas anteriores, pero otros cayeron por negligencia, como el Nuevo León, negligencia criminal de autoridades, de constructores, de supervisores", acusa.

La vida personal del activista, relata, fue trastocada por el sismo. Durante años, ha recorrido países afectados por desastres naturales. Su participación, señala, ha sido en pos de un rescate no físico, sino de tipo emocional.

Actualmente, forma parte del Comité Tlatelolco 19 de Septiembre, que organizó actividades conmemorativas de los 30 años del terremoto y gestiona una página en Facebook con 4 mil seguidores.

Muchos lo conocen en Tlatelolco, pero ya no tiene el mismo arrastre. Las asociaciones que persisten en la unidad trabajan de forma independiente, a veces fragmentada.

El médico lamenta que sólo con una catástrofe de magnitudes como las del sismo exista posibilidad de una participación masiva.

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Desde 2012, los mil 640 metros cuadrados de superficie que ocupaba el edificio Oaxaca, también derrumbado, se transformaron, de basurero a huerto urbano. Un sitio visitado de vez en cuando por dos águilas y un halcón que habitan en la zona.

El espacio es administrado por Mireya Chavarín, de la asociación Cultiva Ciudad. La joven, con cuatro años de vivir en Tlatelolco, interpreta como magia el nacimiento de lechugas y acelgas donde antes reinaba el cascajo.

En el huerto urbano se cultiva hinojo, ajenjo, yerbabuena, menta, mirto, lavanda, salvia y albahaca; además de manzana, durazno, guayaba, naranja, ciruela, nísperos, zanahoria, betabel, cebolla, ajo, poro

Ahí se dan talleres gratuitos y los jueves hay un tianguis de productos orgánicos. Mireya cuenta orgullosa que algunos pericos verdes, ajenos a esos rumbos de la ciudad, ahora llegan a comer guayabas.

La joven destaca el trabajo comunitario que se establece en el huerto y el contacto entre vecinos de Tlatelolco y con los de otras colonias.

El huerto urbano se ha vuelto uno más de los orgullos de algunos tlatelolcas, cuya identidad se fortaleció en quienes vivieron el sismo y la posterior lucha vecinal.

El CCUT, con su oferta de talleres y una amplia oferta cultural, tiene como uno de sus objetivos, la vinculación con la comunidad, no sólo de Tlaltelolco, sino con los vecindarios circundantes.

En el Centro, existen colectivos artísticos que expanden sus actividades por todo Tlatelolco, como la azotea del arquitecto Jordá, donde se presenta una obra de teatro, o los muros de los edificios en los que se recrea la vida de algunos vecinos, además de los elaborados por el fallecido artista Nicandro Puente y la Red Urbana de Muralismo Comunitario, que incluyen el llamado Tlatelolco 1985, sismo y resurrección.

Catalina García, una vecina del edificio Chihuahua, acude por las tardes a sesiones de yoga en el CCUT. Ella formó parte de la organización que su edificio estableció específicamente para demandar la reconstrucción de Tlatelolco, un parteaguas que le cambió la vida por los lazos de solidaridad que halló.

"No viviría en otro lugar", dice, "aquí puedes hacer muchas cosas. No es que no haya problemas de seguridad como en todos lados, pero en general puedes vivir muy bien".

Para estos antiguos y nuevos tlatelolcas -pobladores de un territorio donde se libró la última resistencia mexica ante la conquista española y donde cientos o miles de estudiantes fueron masacrados por su propio gobierno- la reconstrucción de su comunidad, 30 años después del sismo, continúa día a día.