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COLUMNA

El Pocho vive

Antoni Gutiérrez-Rubí

(18 octubre 2015) .-00:00 hrs

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Las paredes de la ciudad argentina de Rosario amanecen de vez en cuando pintadas con la leyenda "Pocho vive" y decoradas con esténciles de un ángel que circula en bicicleta, desde hace ya 14 años. La gente foránea se extraña, pero los habitantes rosarinos están acostumbrados y conocen la terrible historia que llevan consigo esas pintadas.

Cada una de ellas es en homenaje a Claudio Pocho Lepratti, un joven activista social que fue asesinado por la policía durante la crisis de 2001 y que vive a través de estas expresiones del arte realizadas por activistas sociales, como lo era él, y que quieren mantener viva su memoria.

A finales de 2001, Pocho, ex seminarista que ayudaba a niños pobres de su barrio, trabajaba como auxiliar de cocina en el comedor de la escuela número 756 José M. Serrano, del barrio Las Flores, una humilde comunidad del sudoeste rosarino. El 19 de diciembre, en medio de la crisis del corralito y los disturbios de ese año, que terminaría con la caída del presidente Fernando de la Rúa, varios policías que llegaron desde la ciudad de Arroyo Seco -a 30 kilómetros al sur de Rosario- comenzaron a disparar al lado de la escuela. Lepratti subió al tejado para defender a los menores que se encontraban comiendo en el interior. Se asomó gritando: "¡Hijos de puta, no tiren que hay pibes comiendo!". El policía Esteban Velásquez se giró y le disparó, acertándole en la tráquea, lo que causó a Lepratti una muerte instantánea. Pese a la denuncia, los policías lo negaron y fabricaron pruebas para implicarle, con la aquiescencia de su comisaría y de los altos cargos de la región. Después de una larga investigación, Velásquez fue condenado a 14 años de prisión, aunque salió a los 8. Ahora vende comida basura en la plaza central de Arroyo Seco.

Pero desde su muerte, toda la ciudad recuerda al Pocho a través de pintadas, donde se pide justicia para el resto de encausados que jamás pagaron por su crimen o por intentar esconderlo. También es un recordatorio del trabajo del Pocho con la comunidad, con los pobres. Su bicicleta también se ha convertido en un símbolo.

En la red, gracias a la cual perdura su memoria, se suben constantemente videos y tuits con las imágenes de su bicicleta, de sus frases, y con el esténcil de una hormiga, símbolo del trabajo duro y constante de un individuo que, como una hormiga perseverante, ayuda a una comunidad.

Catorce años después, el Pocho sigue viviendo. El ARTivismo le mantiene en la memoria de la comunidad y también fija el foco en la injusticia.

Una sociedad cansada de contenidos políticos triviales, como discursos o aburridos actos, encuentra en el ARTivismo una fuente de expresión distinta, rica en matices, que llama la atención y que consigue que se recuerde y que sea difundido exponencialmente.

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Twitter: @antonigr