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ENTREVISTA

'No basta con decir perdón'

Ernesto Núñez

(1 mayo 2016) .-00:00 hrs

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El 24 de mayo de 2002, el soldado mexicano Ricardo Olvera Venegas asesinó a dos jóvenes de 16 años: José David, a quien apodaban El Moreno y cuyos apellidos nunca se conocieron, y Delmer Alexander Pacheco Barahona. Se trataba de dos migrantes centroamericanos que viajaban en La Bestia con el propósito de llegar a Estados Unidos, y que habían hecho una parada en Coahuila.

Fue uno de los más de 200 asesinatos cometidos por elementos de las Fuerzas Armadas antes de que diera inicio la llamada "guerra contra el narcotráfico".

Meses después de los sucesos ocurridos en la localidad de La Esperanza, ubicada en la periferia de Saltillo, el soldado Olvera Venegas fue sometido a pruebas psiquiátricas y diagnosticado con un "brote psicótico agudo", con alucinaciones auditivas, autismo y episodios de agresividad. "Grado de peligrosidad alto", concluyó el entonces jefe de Psiquiatría del Hospital Central Militar.

Éste fue uno de los primeros casos de abuso militar que se investigaron en México desde instancias internacionales. Casa Alianza, una ONG contra el abuso infantil con presencia en Centroamérica y la organización Convenant House trataron de demandar al Estado mexicano ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, pero desistieron de ello.

El caso, sin embargo, fue retomado por la periodista mexicana Ana Lilia Pérez, quien profundizó en la investigación y logró una reconstrucción detallada de los hechos, desde la salida de los jóvenes de sus países de origen, su viaje por la ruta de La Bestia y su brutal asesinato, hasta la consignación del militar Ricardo Olvera como culpable de homicidio calificado, su ingreso al Cereso de Saltillo y su posterior traslado al Centro Estatal de Salud Mental.

A partir del caso de José David y Delmer Alexander, Ana Lilia Pérez realizó una investigación sobre otros casos de abuso cometidos por elementos del Ejército, antes y después del 2006, año en el que Felipe Calderón ordenó sacar a las Fuerzas Armadas de sus cuarteles para combatir a las bandas del narcotráfico.

Su investigación se prolongó durante más de 10 años y, finalmente, le sirvió para escribir el libro Verdugos, asesinatos brutales y otras historias secretas de militares (Grijalbo 2016), que retrata con crudeza una serie de anomalías en las instituciones militares que terminan dañando a la sociedad en su conjunto.

En Verdugos, Pérez revela que, cada año, más de 400 miembros del Ejército ingresan en hospitales por diagnósticos de enfermedades mentales.

Describe cómo los cadetes y soldados son víctimas de vejaciones dentro de los centros de formación y adiestramiento militar, cómo la vida castrense implica abusos de autoridad que después se reproducen en la relación de los militares con la población civil.

"El caso de Delmer y José David, en los años de la guerra contra las drogas, lo vimos multiplicarse en muchos lugares, no sólo en casos de civiles asesinados, sino en casos de tortura, secuestros, agresiones de todo tipo", asegura la periodista.

En la mayoría de los casos de abuso militar documentados en este libro, la impunidad es el sello característico, lo que según la autora ha provocado que se sigan reproduciendo, hasta llegar a la exhibición reciente de un caso de tortura que fue grabado y difundido en redes sociales.

-¿Por qué torturan los militares a civiles?

-Tiene que ver con una mala aplicación del orden militar. En muchos de los casos que se documentan en el libro, el militar dice que estaba cansado de la vida castrense, de que lo acosaran todo el tiempo, de que lo humillaran y del abuso de poder permanente dentro de las Fuerzas Armadas, con una estructura vertical y un sistema donde se ha confundido la disciplina con abuso de poder y abuso de autoridad constante -responde la autora.

El libro describe cómo los cadetes del Heroico Colegio Militar pasan por cosas como la "potrada", una especie de bienvenida al Ejército o novatada, con maltratos y humillaciones que se prolongan hasta que los recién llegados terminan de templar su carácter.

"En el momento en el que la tropa, que es la parte más vulnerable de la institución, se encuentra con la sociedad civil, lo que hace es repetir los modos que tienen en el mismo Ejército", añade Pérez.

La disculpa de Cienfuegos

Casi 13 años después del asesinato de Delmer y José David, una mujer fue torturada por policías militares en Ajuchitlán del Progreso, Guerrero, para tratar de sacarle una confesión. La tortura fue grabada con un teléfono celular y, un año después, el video fue difundido anónimamente en redes sociales.

Las imágenes de dos militares uniformadas pateando y asfixiando con una bolsa a la presunta delincuente Elvira Santibáñez causaron indignación en México y en el mundo, pues confirmaban un señalamiento que han hecho instancias como Amnistía Internacional y el Relator Especial de la ONU sobre Tortura, Juan Méndez, en el sentido de que la tortura es una práctica generalizada en el país.

De manera inédita, el pasado 16 de abril el secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos, atajó las críticas con un discurso en el que, por primera vez en la historia, un jefe del Ejército ofreció disculpas a la sociedad por un abuso de sus tropas.

"En nombre de todos los que integran esta gran institución, ofrezco una sentida disculpa a toda la sociedad agravada por este inadmisible evento", expresó ante más de 25 mil soldados reunidos en la explanada principal del Campo Militar Número 1.

La disculpa, según Ana Lilia Pérez, es inédita, pero insuficiente.

"Tenemos que dimensionar el asunto: cualquier caso de tortura es grave, inaceptable y se debe investigar, pero ha habido casos mucho más graves, que han impactado a mayor número de personas, y jamás habíamos visto a un secretario ofrecer disculpas. Ni siquiera en los casos en los que la Corte Interamericana de Derechos Humanos determinó que el jefe supremo de las Fuerzas Armadas debía ofrecer disculpas se hizo", explica.

A diferencia de Tlatelolco o Tlatlaya, el video de Ajuchitlán hizo reaccionar al gobierno, que de inmediato identificó a los elementos militares involucrados y procedió penalmente contra ellos.

"El caso fue muy mediático. Fue una manera de lanzar un mensaje de 'sí, estamos conscientes de que algo está mal y vamos a verlo'. Pero, frente al universo de abusos, creo que es algo mínimo", señala la periodista.

La Sedena, según se documenta en el libro Verdugos, carece de un sistema preventivo de enfermedades mentales y sólo actúa frente a casos clínicos.

Tampoco, afirma la autora, tiene un seguimiento detallado de los elementos que desertan y de los que causan baja temporal, incluso cuando se trata de Fuerzas Especiales o tropa de élite.

"Ojalá que el discurso de Cienfuegos marcara el inicio de una investigación interna, un cuestionamiento interno y una revalidación de los propios mandos para recomponer la institucionalidad del Ejército", explica Pérez.

"Si sólo se queda en el asunto del video, se confirmará que se trataba de un acto mediático y se quería únicamente lavar un poquito la cara de las Fuerzas Armadas a nivel internacional".

Algo distinto, ejemplifica, sería que las Fuerzas Armadas dejaran de ser un mundo intocable, opaco y oscuro, y que el general secretario diera inicio a un proceso de apertura con medidas similares a las que se exigen a las policías civiles, como los exámenes de confianza.

Ana Lilia Pérez advierte en su libro que el silencio en torno a los abusos militares ha hecho mucho daño al país.

"Los abusos se convierten en temas tabú y, cuando hay temas tabú, también hay intocables. Y eso pervierte a las instituciones", añade.