REVISTA R

ANÁLISIS

Ser maestro en la era digital

Manuel Alejandro Guerrero

(15 mayo 2016) .-00:00 hrs

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Si para el México urbano, moderno y conectado, internet y las redes sociales son herramientas indispensables de comunicación, para los llamados Millenial -quienes nacieron entre 1980 y 2000- son aún más que eso: son los filtros a través de los cuales crean y mantienen vínculos, consumen su dieta mediática de entretenimiento e información, e interactúan con su entorno prácticamente todo el tiempo. En México, ser Millenial no implica contar con estudios universitarios en un país donde sólo 3 de cada 10 jóvenes de entre 18 y 24 años están matriculados en alguna institución de educación superior. Sin embargo, precisamente por su amplio dominio de la tecnología, este grupo presenta enormes retos dentro de las aulas universitarias.

Al dar clases en la universidad, es inescapable escuchar el reproche de colegas acerca de los celulares y la interacción en redes sociales durante las clases. Incluso, he sabido de algunos que han llegado a "prohibir" los teléfonos y el Facebook en el salón. En efecto, estas tecnologías pueden ser fuertes distractores, pero el asunto es más complejo.

Tiene que ver con: ¿cómo educar a una generación de jóvenes que no se sorprenden ya con los avances tecnológicos, que constantemente verifican y cuestionan los datos que reciben en el aula, y que usan dispositivos con varias pantallas y aplicaciones corriendo al tiempo de la clase? Y, sobre todo, ¿cómo educar a una generación habituada por la propia tecnología a la impaciencia, a la interactividad y a controlar el ritmo, la forma y el alcance de su involucramiento?

La clave, me parece, está en cambiar nuestra concepción de modelo educativo basado en la enseñanza, por otro basado en la generación de ambientes propicios para el aprendizaje. Esto implica un tipo de profesores y de universidad.

Desde luego, es obsoleta la idea del docente que presenta datos, fechas y conceptos para memorizar -éste es el tipo más fácil de sabotear por los estudiantes.

Pero evitemos la trampa, hoy en boga, de pensar al profesor como un "facilitador" que se apoya en guías didácticas estandarizadas. Soy un creyente en la libertad de cátedra, pero para que funcione, en mi experiencia, se requieren dos componentes.

Primero, tratar de fomentar el pensamiento crítico. Se dice fácil, pero significa "deconstruir" formas de enseñanza basadas en la memorización, los datos y las fechas que arrastramos desde la primaria. Hoy los datos ahí están (en internet, por ejemplo); lo que no está ahí son nuevas formas y esquemas mentales para utilizarlos, para aproximarse y cuestionar la realidad. Vale la pena apostar a ello, pues se destapa la creatividad, aunque -es cierto- se corre el riesgo de la irreverencia. Pero ¿acaso no nos hace falta más irreverencia creativa y crítica en este país?

Segundo, adaptar dinámicas en clase que aprovechen mejor la ola tecnológica en lugar de contenerla. Es cierto que no todas las aulas de todas la universidades cuentan con la última tecnología. Sin embargo, es posible generar dinámicas de aprendizaje -incluso en materias con alto contenido teórico, como las que yo imparto- que aprovechen las habilidades que los estudiantes ya han desarrollado en otros ámbitos como el de las redes sociales o los videojuegos: socialización, trabajo en equipo, división de roles, paciencia, búsqueda de información, consecuencias inmediatas (aquí puede haber también dinámicas vía blogs cerrados) y, sobre todo, metas de aprendizaje claras para ellos. No se trata de sacrificar la seriedad del contenido, sino de crear formas atractivas para que los alumnos quieran aprender.

Queda la cuestión del tipo de universidad. No hay espacio aquí para tratar con mayor detalle la discusión acerca de la crisis de la universidad hoy en día, pero sí para comentar una de sus tesis centrales: cada vez es menos capaz de preparar a sus egresados para los mercados laborales. ¿Millenials desempleados? Y, entonces, ¿para qué un título?

La universidad no puede existir en función del mercado. Si se busca un título sólo para "ser más atractivo en el mercado", se busca entonces por las razones equivocadas. Pero tampoco por la inocente pretensión de conocimiento -aunque esto sería loable.

Las universidades que están en mayor crisis suelen ser las que enseñan sólo lo de antes y sólo como antes. Si se apuesta a la universidad como espacio de aprendizaje y de pensamiento crítico, creativo, flexible e innovador, se tiene mayores posibilidades de formar egresados -sobre todo vistas las características de los Millenial- que no sólo esperen insertarse en "este mercado", sino en generar sus propios esquemas de oferta y demanda. Y los egresados de universidades que así lo entiendan serán más capaces de transformar las estrecheces del modelo de mercado actual. No es un tema de mercado, es un tema de modelos de mercados. Por tanto, la formación de una generación tan inquieta, creativa y alfabetizada en la tecnología, que potencie estas características en el aula, podría ayudarnos a salir de una larga crisis que quizá no sea de las universidades, sino del mercado mismo.

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El autor es profesor-investigador y director del Departamento de Comunicación de la Universidad Iberoamericana.