CULTURA

Pega a patrimonio la crisis ambiental

Yanireth Israde

(02 junio 2016) .-00:00 hrs

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La crisis ambiental en la megalópolis arroja índices de contaminación que deterioran la salud humana, pero también el patrimonio cultural.

Monumentos como el Palacio de Bellas Artes, el Tláloc del Museo Nacional de Antropología y los murales del Polyforum Cultural Siqueiros libran una batalla cotidiana contra los agentes del aire que producen erosión, corrosión, exfoliación, suciedad o pérdida de pintura, entre otros daños.

"Se requieren menos concentraciones de contaminantes para tener efectos en un metal que en los seres humanos", alerta Jorge Uruchurtu, investigador de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

La oxidación es una de las principales consecuencias de la contaminación en los metales; propicia pérdidas a velocidades que dependen de las condiciones atmosféricas. En una zona petrolera de Tabasco, cercana al mar, ejemplifica, la velocidad de corrosión puede ser de 200 o 300 micras año.

"¿Qué significan 300 micras año? Si tienes un acero de 1 milímetro de espesor, quiere decir que en tres años y medio desaparece, se transforma en herrumbre. El cobre o bronce, usualmente empleado en las estatuas, en un medio como la Ciudad de México puede tener menos de una micra de pérdida al año, bastante menos, porque el bronce y el cobre son materiales nobles".

Pero el riesgo es mayor en los relieves, ornamentos y detalles que dotan de cualidades artísticas una escultura, aun si esta es de bronce, previene.

"Un detalle escultórico irá desapareciendo por la contaminación: vamos a terminar con un pedazo de metal".

En ciudades próximas a refinerías, como Salamanca, Tula y Coatzacoalcos, la corrosión del patrimonio metálico se agudiza por la presencia de ácido sulfúrico, advierte el restaurador Mauricio Jiménez.

"En la zona petrolera de Veracruz se suman los cloruros de la brisa marina para generar un ambiente más corrosivo, y puedes llegar incluso a daños de milímetros anuales".

La atmósfera de las ciudades industrializadas aloja un cúmulo de gases, entre ellos óxidos de azufre y nitrógeno, que, al combinarse con el agua de lluvia, la acidifican, añade el arquitecto restaurador Ricardo Prado. Al empaparse de lluvia ácida, la piedra de edificaciones históricas bebe compuestos que deterioran su aglutinante; al secarse, el vapor resultante produce descamación o exfoliación del material, entre otros problemas, como la acumulación de hollín.

El hollín no sólo ensucia: también ataca la piedra al formar ácido sulfúrico, puntualiza el ingeniero químico Luis Torres, quien observa deterioro en frisos del Palacio de Bellas Artes y en la Catedral Metropolitana.

La política ambiental, coinciden los especialistas, no debe olvidar el patrimonio cultural. Su salud también importa.

Es legado prehispánico el más vulnerable

La contingencias ambientales suponen mayor degradación para el patrimonio prehispánico expuesto a la intemperie, señala el coordinador de arqueología del INAH, Pedro Francisco Sánchez Nava.

"¿En qué momento comienza la afectación? En el momento en que los vestigios son expuestos. Ésa siempre es la disyuntiva del arqueólogo: qué expones y qué no, porque la lluvia ácida es sumamente agresiva".

La contaminación exige procesos constantes de limpieza, protección y mantenimiento en sitios como del Templo Mayor de Tenochtitlan, en el corazón del Centro Histórico, asediada por la erosión y la lluvia ácida. 

La erosión amenaza la obra pictórica que se despliega sobre aplanados de tierra y pudiera ocasionar desprendimientos, precisa la restauradora María Barajas. 

"Son desprendimientos en un nivel microscópico, pero avanzan en forma gradual. Lo que se desprende son los aplanados, y si tienes un debilitamiento del aplanado, por ende se debilita la pintura directamente aplicada al aplanado", explica.

Para protegerlas de la intemperie, el fundador del Proyecto Templo Mayor, el arqueólogo Eduardo Matos, dispuso techar las pinturas murales, recuerda Barajas.