OPINIÓN

El asomo de la nación

Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA

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Los temblores de la tierra nos han vuelto a presentar a un desconocido: México. Un país aparece ante la desgracia. No digo que la emergencia nos haya dado un rostro distinto, más amable más generoso. Lo que digo es que la tragedia nos dio cuerpo; en algún sentido, nos permitió ser y nos muestra lo que podemos ser. La nación es una familia de desconocidos. Un parentesco sin apellidos. La nación existe cuando, más que ocupar un mismo espacio, más que usar el mismo pasaporte o cantar el mismo himno, las personas saben que comparten un destino. La nación es reconocimiento de que la suerte de uno importa a todos y que los problemas que padecen algunos preocupan al resto. La nación aparece en el momento en que advertimos que la vida de cada quien depende en buena medida de todos. Esa ha vuelto a ser la aparición del 19 de septiembre. Si vivimos un instante nacional es porque el sufrimiento y la amenaza han materializado lo recóndito: ese afecto negado por la rivalidad cotidiana, ese cariño natural que la desigualdad aniquila. Lo que nos conmueve en esta hora es la aparición del nosotros. No hablo de metáforas sino de experiencias: ser el eslabón de una cadena de auxilio, vaciarse de lo propio y ponerlo a disposición de quien sea, abandonarse en la catarata de la cooperación, advertir la naturalidad del entendimiento, llorar por la muerte de quien nunca conocimos. Y escuchar, en el silencio, la esperanza.