OPINIÓN

Rebaños de ocasión

Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA

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La historia no la escriben los ganadores, ha dicho Javier Garciadiego. La historia la escriben quienes escriben bien. Es el caso de la elección de 1929. No recordamos aquella campaña por los recuerdos de Pascual Ortiz Rubio, ganador oficial de aquella contienda. No es la versión del partido oficial la que se ha impuesto en el recuerdo público. Recordamos la campaña vasconcelista por las memorias de Vasconcelos, por los testimonios de sus brillantes seguidores, por los relatos de quienes colaboraron con él. La primera elección del partido callista ha quedado registrada como un fraude monumental: el crimen contra un sabio, el más grotesco atropello del anhelo democrático. El historiador ha dado buenos argumentos para desmontar lo que él llama "el mito del fraude electoral" del 29. Más aún, ha sugerido que en aquella disputa electoral, Vasconcelos representaba la nostalgia caudillista, la restauración de una política fundada en personalidades extraordinarias a las que el pueblo tiene el deber patriótico de acompañar hasta el abismo. La apuesta callista, en cambio, implicaba la novedad de un orden institucional. No era, por supuesto, una apuesta democrática ni liberal pero era un intento nada trivial de escapar del caudillismo.