OPINIÓN

De escaleras y barrotes

Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
La escalera atrapa. Un político es preso de sus peldaños. El instrumento que utiliza para trepar determina, más que el punto de su ascenso, la naturaleza de su mando. El ambicioso se envanece, por supuesto, con la fantasía de la libertad. Está convencido de que la escalera es solamente un instrumento. Al llegar a la cima podrá tirarla. ¿Qué importa cómo se asciende si al final del día se llega a la cima? El político se convence de que, una vez que llegue al poder, decidirá con libertad, con anchísima autonomía. Si hoy se ve forzado a pactar es porque es necesario para subir pero está seguro de que, una vez en la cúspide, hará lo que quiera. Lo correcto, naturalmente. No se da cuenta de que la ruta lo atrapa. Que la vía de ascenso configura los retos, las ventajas, las cargas del poder. Dime cómo subes y te diré cómo resbalarás. No es casualidad que la primera pregunta que planteó Maquiavelo para pensar el poder haya sido precisamente esa: ¿cómo se adquiere el principado? ¿Lo has heredado o quieres conquistarlo? ¿Te llega por casualidad o te has dedicado a ganarlo? ¿Has hecho pacto con los poderosos para hacerte del reino o te has aliado a los débiles? El florentino sabía que la forma de llegar al poder sellaba su ejercicio. Heredar el reino no era lo mismo que arrebatarlo; seguir las reglas para ascender no era lo mismo que romperlas. En la batalla que se elige para conquistar el poder se esculpe el poder que podrá ejercerse. Y ahí mismo se trazarán sus limitaciones.