Quien pone fin a su vida imagina la muerte como alivio. Después del tiro, el reposo dulce de la nada. El suicida termina su existencia con la esperanza de un sueño interminable. Dejar de ser es visto como el consuelo definitivo. El gobierno de Peña Nieto se ha puesto una bala en la sien. Ha decidido dejar de ser imaginando que su sacrificio calmará al monstruo que lo extorsiona. No ha cambiado de política, ha renunciado a hacer política. Es, a partir de ahora, un trapo en el piso. Los gobiernos se suicidan cuando claudican a su sentido elemental: gobernar, cuando se someten a la intimidación, cuando violan la ley que han impulsado para pagar la extorsión. El gobierno de Peña Nieto se ha suicidado. La nota suicida, por supuesto, no dice nada.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.