Imaginemos la escena. Imaginemos que las reglas sobre candidatos independientes hubieran sido válidas en la elección presidencial del 2012. Imaginemos a Andrés Manuel López Obrador declarando un par de años antes: quiero ser presidente de México y espero ser el candidato del PRD pero no voy a cerrarme puertas. Si el PRD no me apoya seré candidato de todas maneras. Soy la esperanza y mis seguidores tienen el derecho a verme en la boleta. No me pertenezco, les pertenezco a ellos. ¿Qué habríamos dicho frente a esa señal de deslealtad a su partido? La reacción habría sido de profunda indignación. Habríamos hablado de la falta de respeto a las reglas de su partido, de su maltrato a las instituciones, del capricho de un hombre que pretende usarlas cuando le sirven y repudiarlas cuando dejan de servir a sus ambiciones. Habríamos dicho que era aberrante hacer política dentro de un partido sólo si se ofrece como trampolín a su ambición.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.