La democracia norteamericana está enferma. Esta campaña ha sido una larga exhibición de sus achaques. Lo más temible, por supuesto, es el surgimiento de una opción fascista. Una alternativa abiertamente autoritaria que amenaza con limitar las libertades y pisotear cualquier restricción constitucional. Donald Trump ha secuestrado una de las dos columnas que sostienen la competencia política para ofrecer crímenes de guerra y la cárcel a sus enemigos. El candidato que barrió con todas las reglas ha declarado de mil formas su hostilidad a todas las minorías. El problema no son sus propuestas incoherentes, sus rudimentarias ideas, su nacionalismo pedestre. El verdadero problema es su visión de la política y del conflicto, su entendimiento del liderazgo, su imagen del otro. Cree que la política es el entretenimiento de aniquilar al débil, que el mando es fidelidad al impulso, que el diferente es un peligro. Como buen populista que parte de la convicción de que encarna al pueblo auténtico, no admite la posibilidad de la derrota. Para él, ganar es aplastar al otro. Disfruta la humillación de sus enemigos, es incapaz de controlar sus impulsos. No es solamente un ignorante, es un hombre orgulloso de su ignorancia. No busca aprender porque sólo logra admirarse a sí mismo. Mi asesor soy yo.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.