Pensar en la educación es asumir el futuro. El gobierno federal ha presentado el boceto de su ideal educativo. No es el descubrimiento del fuego pero refleja una ambición que hace décadas no se percibía en la educación mexicana. El gobierno se atreve a ver lejos y alude al vocabulario de la revolución: ruptura, refundación, radicalismo. Hay quien piensa que ahí está su error: su desconexión de la engorrosa realidad. No coincido. El modelo es eso, un proyecto, el trazo de los propósitos. Criticable habría sido lo contrario: un plan que se entierra en el fango de nuestras limitaciones y no se anima a levantar la vista. El modelo plantea la idea de un México abierto a la creatividad, un país en diálogo con el mundo y en la ola del presente, una ciudadanía que, además de informada, es también sensible. El documento me parece plausible: una guía atendible de los propósitos que deben alentar el empeño educativo.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.