OPINIÓN

Responsabilidad

José Woldenberg EN REFORMA

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Mucho se ha escrito sobre los criminales acontecimientos que sacudieron a París y al mundo y, luego de la necesaria y justa condena radical a la brutalidad integrista, se abrió paso al tema de la libertad de expresión, pilar de la convivencia democrática. El asunto, por supuesto, debe verse desde el mirador de la ley y en todos los países existen algunas limitaciones a dicha libertad. En Alemania no se puede exaltar al nazismo y en Europa se castiga la apología del terrorismo. Entre nosotros la calumnia aparece como delito en la mayoría de los Códigos Penales locales, el daño moral se establece en el Código Civil, y en una época no tan remota el COFIPE decía, porque los legisladores se sirvieron con la cuchara grande, que los partidos debían "abstenerse de cualquier expresión que implique diatriba, calumnia, infamia, injuria, difamación o que denigre a los ciudadanos, las instituciones públicas o a otros partidos y sus candidatos...". (Hoy solo queda la calumnia). Se trata de ejemplos que ilustran la existencia de un casi consenso en el que la libertad de expresión -como cualquier otra libertad- tiene límites y eso porque no estamos solos en el escenario; existen otros y esos otros pueden ser víctimas de nuestros dichos. Es decir, no hay libertades absolutas. Los grados cambian de país a país y de tradición a tradición, pero a pesar del largo párrafo, no es desde la plataforma de la ley que, por lo pronto, me interesa el tema, sino desde la ética y más específicamente desde la ética de la responsabilidad y más allá de los acontecimientos apuntados.