OPINIÓN

Trivializar el escándalo

Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Desde luego hay cosas más importantes en el mundo que el plagio juvenil de Enrique Peña Nieto. El éxodo de Siria, el desmoronamiento de Europa, las epidemias mortales son asuntos muchísimo más importantes. Por supuesto, es más grave el crecimiento de la violencia en el país que un trabajo escolar de hace 20 años. No es, sin embargo, una frivolidad hablar de las trampas del estudiante que llegaría a ser presidente de México. Mucho dice de él, del ambiente en el que creció, de su idea de lo permisible. Mucho dice de nosotros la manera en que reaccionamos ante estas revelaciones. No es una ligereza detenerse en el hecho, como ha dicho el secretario de Desarrollo Social, despreciando el reparo de algunos frente al plagio. No es frívola la reacción de los académicos indignados defendiendo la honestidad como el principio que ha de regir la vida académica y la vida política. No es tampoco frívola la atención que le ha prestado la prensa extranjera, recordándonos las consecuencias que han tenido en el mundo revelaciones semejantes. No es cualquier cosa: un estudiante que ocuparía la silla presidencial robó, en el camino a su licenciatura, a un expresidente. También hurtó ideas de historiadores y constitucionalistas. Presentó como propias ideas que eran de otros. Se adueñó sin permiso de lo que le era ajeno. Hizo trampa para concluir su estudios profesionales. No era un niño escondiendo en su bolsillo un dulce de la tienda. Era un joven y ambicioso militante del PRI que participaba ya en la política de su estado. Quienes nos dicen que esto es irrelevante nos dicen que la probidad de un gobernante no importa. ¿Qué más da?, preguntan. Cometer fraude con lo que se escribe es un hábito inocente, respetar las ideas de otros es un recato menor.