Teoría de Juegos frente a un Bully
Alberto Diaz-Cayeros*
El dilema central de la política exterior mexicana estriba en escoger entre ofrecer una rama de olivo frente a lo que se percibe como una derrota inminente o pelear desde una evidente asimetría de poder.
La administración de Enrique Peña Nieto parece haber tomado el primer curso de acción, con la esperanza de que Luis Videgaray pueda negociar y congraciarse con el Presidente electo de Estados Unidos.
La teoría de juegos sugiere, por el contrario, que ésta es la estrategia equivocada. El problema central en las relaciones internacionales, nos dice el recién fallecido premio Nobel Thomas Schelling, es que el actor que gana es el que, atisbando el abismo, puede señalar creíblemente que está dispuesto a caer al vacío.
La relación México-Estados Unidos es un juego cooperativo. Pero aún en este tipo de juego existe un punto de desacuerdo que determina la proporción de beneficios que se podrán alcanzar una vez que se logre el acuerdo.
Paradójicamente, en un acuerdo cooperativo, mientras más extremo y catastrófico es el resultado para el contrincante de un posible desacuerdo, el jugador puede obtener mayores beneficios de la cooperación.
Es por ello, por ejemplo, que un sindicato con demandas extremas y mucha paciencia obtiene mejores condiciones salariales que otro taimado y sin fondos para una huelga prolongada, siempre y cuando las negociaciones no fracasen.
La implicación de las teorías de comportamiento estratégico es simple: para lograr un resultado satisfactorio en las negociaciones que se inician con la administración de Donald Trump, México debe señalar que está dispuesto a jugarlo (y perderlo) todo.
Se trata de crear un compromiso creíble de que México se arriesgará en el juego hasta forzar al contrincante a conceder mejores términos.
Crear una amenaza creíble significa que estemos dispuestos, como Sherlock Holmes cuando derrota a Moriarty, a caer en el abismo, llevando a la administración de Trump con nosotros. Videgaray tiene que estar dispuesto a caer.
Sabemos lo que está en juego: la revisión del TLCAN del cual depende la seguridad económica de millones de mexicanos, estadounidenses y canadienses; la seguridad de una frontera que significa mucho más que la perversa construcción de un muro y la ridícula propuesta de que éste sea pagado por los mexicanos; el retiro de inversiones hacia México cada vez que Trump decida presionar a empresas específicas; la expulsión de miles de mexicanos indocumentados; y la posibilidad de que México se convierta en el chivo expiatorio de cualquier cosa que le salga mal al nuevo mandatario en sus primeros meses de gobierno.
Pero Estados Unidos también tiene mucho que perder si no se logra llegar a un acuerdo con México.
Luis Videgaray es un emisario de amenazas poco creíbles en la negociación que apenas se inicia. Un actor estratégico debe comprometerse con una amenaza (que no sean simplemente palabras vacías) de un curso de acción que claramente perjudique a su contrincante si quiere mejorar el acuerdo.
Podemos ayudarle a Videgaray a hacer mejor su trabajo si todos los mexicanos damos claras señales de protesta y repudio a la nueva administración y a los esfuerzos del gobierno mexicano de cooperar con Trump.
Si las voces nacionalistas tienen más espacios y cajas de resonancia en el debate público le damos una posición de mayor fuerza negociadora.
El Presidente electo Trump ha dedicado su vida negociar. Su imagen de bully es esencial a su modus operandi. Para ganar, Trump siempre ha mostrado que está dispuesto a hacer locuras.
Hay que convencer a Trump de que no llegar a un acuerdo con México tendría consecuencias que afectarían de manera negativa a millones de norteamericanos y miles de empresas que dependen del comercio con México; que la frontera se volverá imposible de vigilar y controlar; y que la seguridad nacional de Estados Unidos sí está en juego.
Es un momento de Realpolitik que requiere de astucia y valentía, de aprovechar el talento y la inteligencia de nuestro nuevo canciller y la larga experiencia de nuestro cuerpo diplomático para articular una estrategia que muestre un país decidido a defender sus intereses.
Cuando no hay autoridad en el patio del colegio, un bully sólo puede ser contenido por otro. No necesitamos convertirnos en Corea del Norte, basta con sembrar una duda razonable, para que los instintos innatos de Trump hagan que desvíe su atención hacia otro niño indefenso.
*Investigador de la Universidad de Stanford
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