Instrucciones para no morir en México
Antonio Ortuño
(21 enero 2018) .-00:00 hrs
Antonio Ortuño resalta la vigencia de lo que Ibargüengoitia presentó en "Las muertas": "Ya no está confinado ya a los rincones más equívocos de la provincia". Crédito: Archivo
A México le encanta convertir en estatua a sus escritores. Les pasó, en vida, a Paz y Fuentes. Les ocurre ahora, de modo póstumo, a Rulfo y Garro. Tenemos déficit de próceres, parecería, porque nos afanamos en procurarlos. Nada emociona tanto a algunos como soltarnos un: "La obra del maestro no se toca ni con la puntita de la pluma de un barbaján como tú". Quizá por eso me ha gustado siempre, y tanto, la obra de Jorge Ibargüengoitia: resulta imposible incluir a su autor en un santoral cívico. No hay modo de hacerle un monumento. Nadie tendrá, nunca, que decir: "Te veo en el café que está al lado de la glorieta Ibargüengoitia", o, peor, "¿Ya viste al candidato a la delegación Iztapalapa que apoyan los herederos de Ibargüengoitia? Es el tarado del Mataclán". Y eso, en México, es una bendición.