De David a Dania

Jorge Alberto García
Monterrey, México (25 enero 2015).-
00:00 hrs

Jorge Alberto García.-

Libros, diplomas, títulos académicos. Cada uno ocupa un espacio importante en la oficina de la investigadora Dania Gutiérrez Ruiz, pero lo que más atesora es una vieja carta que simboliza tanto una ruptura como un principio.

En la misiva del 2003, un psicólogo norteamericano le informa a un endocrinólogo de su consentimiento para que un paciente varón inicie tratamiento hormonal para adoptar una apariencia más femenina y convertirse en mujer: Dania.

"Guardo la carta porque cuando se pueda en México formalizar mi transición sé que me va a ayudar para probar que ya llevo un tiempo en esto", menciona la investigadora biomédica de 41 años.

De grandes y expresivos ojos, cabello teñido y piel apiñonada, la doctora en bioingeniería, científica y maestra que labora en la Unidad Monterrey del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN (Cinvestav), conversa de manera franca sobre su transición de género.

De gran estatura, 1.80 metros, de su personalidad resalta su voz suave y femenina y modales impecables.

"Pero sin tacones", dice con una carcajada, "porque me gusta usarlos altos, así que para el promedio soy alta. De esto se queja mi esposa, porque ella mide apenas 1.60".

Dice que Luz Lazcano vino a esclarecer su vida. Se conocieron en el 2006 y se casaron al año siguiente, cuando Dania todavía no se asumía totalmente como mujer transgénero y su nombre era David.

"Estrictamente hablando la conocí como David. Fue en un curso y platicando supe que se consideraba transgénero, nunca fue un secreto esta situación de querer ser mujer", recuerda Luz.

El deseo de conocerlo por completo llevó a Luz a pedirle ver también a Dania. Esto se dio en una cita como cualquier otra: fueron a un bar y luego a cenar.

"Esto para mí fue un aprendizaje de cómo tratar y hablar con una persona transgénero y de cómo cuadrar eso en nuestra vida sentimental. Yo amo a la persona sin importar el género", enfatiza Luz.

En el plano profesional considera a Dania como sencilla, honesta, recta, que le gusta marcar la vida de sus alumnos, no sólo a nivel académico.

La doctora en ciencias añade que se considera respetuosa y le gusta ser respetada, de mente abierta y dispuesta al dialogo.

"A veces suelo ser un poco dura cuando no me respetan, así que marco mi raya", asegura.

Esto tiene que ver, confiesa, con un sentido de supervivencia: siendo transgénero, está sujeta a frecuentes arbitrariedades. Según estadísticas que ella menciona, alguien en su situación tiene un 30 por ciento de mayor posibilidad de ser objeto de violencia, pero esto no le quita el sueño.

Conflicto de identidad

Cuando el televisor de cinescopio se averiaba, habilidoso, David lo componía.

Vivía con sus padres: él economista y ella enfermera, así como sus hermanas gemelas, en un barrio de clase media del DF.

"Siempre he sido una persona muy inquieta, curiosa", dice la investigadora cuando recuerda su adolescencia.

Uno de sus recuerdos más presentes es cuando su padre le explicaba cómo resolver quebrados, lo que sembró en él un gusto por las matemáticas y, con el tiempo, por la ingeniería y la electrónica.

Pero luego de una niñez feliz, al llegar a la adolescencia un conflicto de identidad que antes le parecía difuso empezó a percibirse con claridad: David se sentía una mujer.

Lo que a los 7 años era un acto inocente, como usar el maquillaje de su madre, se convirtió en motivo de confusión.

"Durante mi infancia nunca me sentí distinto, sin embargo, sí tengo algunos recuerdos de comportamientos que ahora asocio a lo que más adelante descubrí era una discordancia de género", rememora.

Intentó distraer su mente para evadir su verdadero ser: se enfocó en sus estudios y llegó a ser cinta negra en karate, pero nada le quitó los sentimientos de culpabilidad.

"Lo curioso es que cuando llegué a cinta negra me aburrió el karate, porque no lo hacía por convicción, era sólo un escape de lo que no sabía cómo enfrentar", admite.

Luego de graduarse con mención honorífica de la UNAM como Ingeniero Mecánico Electricista en 1997, recibió la beca Fulbright-García Robles al año siguiente para una maestría en Ingeniería Electrónica y Ciencias de la Computación, en la Universidad de Illinois, en Chicago.

Era 1998, tenía 25 años y su futuro académico, incluso laboral, se vislumbraba brillante.

Pero su frustración se agudizaba. En la prepa y la universidad empezó una doble vida, vistiendo en ocasiones la ropa de su madre, ocultándolo a familia y amigos. Se sentía una persona pecadora.

"A nadie le comenté esta parte de mí. La beca fue un punto de quiebre que me hizo salir de ese círculo vicioso, del yugo social en el que estaba envuelto y que me obligó a enfrentarme a mis demonios", comenta.

¿Entrar o no entrar?

El dilema era recurrente cuando pasaba por la puerta: el temor y las dudas lo asaltaban: ¿entrar o no entrar? La puerta era de la oficina del grupo Pride, la organización de alumnos gays, lesbianas, bisexuales y transgénero de la Universidad de Illinois.

Dania, quien seguía siendo David en esos días, era el líder de la confederación de estudiantes latinoamericanos de la institución y pasaba cerca del lugar de reunión del colectivo LGBT.

"Los grupos estudiantiles estaban en un mismo edificio y su oficina estaba a tres puertas de la mía. Un día me animé a interactuar con ellos", recuerda.

Gracias a conversaciones con estudiantes que sufrían problemáticas similares, David supo de la diferencia entre la identidad de género y la preferencia sexual.

La primera es la percepción que una persona tiene sobre sí misma en cuanto a sentirse hombre o mujer y la segunda es una atracción emocional, romántica, sexual o afectiva hacia otros según el sexo.

"A la fecha mucha gente se confunde. En mi adolescencia me preguntaba si era gay hasta que me di cuenta que lo mío no tenía nada qué ver con mi preferencia sexual, sino que era acerca de mi identidad de género, era cómo yo deseaba expresar mi naturaleza a los demás", explica.

Buscó la ayuda de un terapeuta y tras 31 sesiones en tres años, David se reconoció como mujer transgénero e inició terapia hormonal para adquirir rasgos femeninos. También adoptó el nombre de Dania.

"Quería conservar un poco de mi identidad, mantener cinco letras en mi nombre femenino y que no cambiara mucho", resalta.

Sin embargo, David y Dania seguirían coexistiendo: el primero de día y la segunda de noche: en Chicago se consideraba una persona andrógina, con rasgos femeninos, pero llevando una vida como hombre.

Concluyó su maestría, empezó un doctorado en bioingeniería y se preparó seis meses en anatomía y fisiología en el área de procesamiento de señales médicas.

Este campo mide la actividad de un órgano, como el cerebro, para usar la información en diversas aplicaciones, pero su investigación va más allá y casi suena como algo sacado de un filme futurista.

Se trata de usar señales cerebrales para controlar dispositivos con el pensamiento y así mejorar la calidad de vida de pacientes tetrapléjicos o parapléjicos, pero que tienen íntegras sus habilidades pensantes.

En teoría, esto significa que podrían controlar con su mente una silla de ruedas, o si están frente al monitor de una computadora, manejar el cursor.

"Esto es todavía ciencia ficción porque es complicado de resolver. No es sólo medir la actividad del cerebro, sino cómo interpretarla", destaca la investigadora, quien volvió a México en 2005.

Los prejuicios persisten

El prestigio del Cinvestav hizo que aceptara una oferta como profesora investigadora en su Unidad Monterrey en el 2006.

Ahí, aparte de investigaciones propias, está a cargo de un pequeño grupo de alumnos que estudian la maestría y el doctorado en Ingeniería y Física Biomédicas.

Como catedrática, Dania se define metódica, pero también exigente. Le gusta que sus alumnos sean independientes y trata de inculcarles bases sólidas de conocimientos. También los motiva a que realicen estancias de investigación fuera de México, como ella lo hizo.

Ivonne Ibarra, una de sus ex alumnas de maestría, narra su primer encuentro con Dania en clase.

"Llegó arreglada, impecable. Extrañamente no noté que era transgénero", recuerda, "lo confirmé un mes más tarde por compañeros, para mí sólo era una mujer muy alta y delgada.

"Es exigente, organizada y siempre tiene la clase preparada. Quizás peca de querer controlar todo y cuando los resultados no son los esperados se apega al plan original", agrega.

Teresa Guerra, colega y amiga en el Centro, la describe como prometedora, eficiente y disciplinada.

"Ha enriquecido sus líneas de investigación y diversificado los temas en sus publicaciones", afirma la también profesora investigadora.

Dania asegura que aunque en Monterrey no ha sufrido de discriminación por su condición, los prejuicios persisten. Recuerda que en una ocasión le preguntaron dónde se ubicaba su salón de belleza.

"Le expliqué a la persona que soy una profesora y me dedico a la ciencia. No todos los transgénero trabajan en la belleza, el show business o la prostitución.

"Reconozco que somos pocos y a lo mejor hay menos que se dedican a otro tipo de actividades, pero los habemos", recalca.

La transición de su identidad

Al estabilizarse laboralmente, quedaba por resolver la transición de su identidad. En la Ciudad, Dania contactó a la terapeuta sexual Martha Zúñiga, quien la guió para asumirse como mujer transgénero.

"Dejó de existir la representación masculina y me convertí en la persona que debí haber sido siempre. Me siento plena, sigo teniendo los mismos gustos e intereses y mantengo el mismo círculo de amigos", enfatiza convencida y agrega que le gusta viajar, el pop y rock en inglés, el cine de arte y leer a Ayn Rand, Carl Sagan, Milan Kundera, Ángeles Mastretta y Gabriel García Márquez.

Zúñiga menciona que desde que conoció a Dania le pareció inteligente, centrada y muy segura de sus metas.

"Ahora la veo más libre y segura, tenía miedo respecto a ser discriminada", dice la terapeuta, quien visitó el Cinvestav para observar la transición con los colegas y alumnos.

Pieza clave en esto, señala por su parte Dania, fueron su esposa, así como sus amigos y compañeros en la institución, quienes la apoyaron sin reservas. Bruno Escalante, su jefe y director del Centro, fue el primero en saberlo y le brindó su respaldo.

Zúñiga agrega que lo más difícil para Dania ha sido la ruptura de las relaciones familiares. Sus padres y hermanas nunca han aceptado su transición y sólo mantiene contacto limitado con una de ellas.

"Actualmente ya no me afecta. Lo que a mí me interesa es ser una persona feliz, plena".

La científica dice que fue conveniente dejar por lo menos la primera letra de su antiguo nombre, porque una cosa es su transición a nivel social y otra a nivel administrativo- legal, la cual sigue atorada.

"En nuestra sociedad no hay reconocimiento legal a las personas transgénero. Lo único que queda de David es la constante aparición legal, así que mantener por lo menos la letra D me facilita muchas cuestiones", enfatiza.

En el DF el derecho al cambio de nombre existe, pero hay más en juego: si accede, quedaría en un limbo legal su matrimonio con Luz, ya que hay la posibilidad de que sea anulado, esto por haberse casado bajo su nombre masculino.

Y aunque algunos en su situación se inclinan por el cambio de sexo, Dania, quien no se ha operado, prefiere asumirse como mujer transgénero basándose en la visibilidad: desea que se reconozca la diversidad de la comunidad.

"Quiero romper con esta idea binaria de hombres y mujeres y reconocer que en cuestión de géneros existe una gama de expresiones y que debemos estar abiertos a ellas", recalca con firmeza.

Más allá de su significado legal, al ver la carta que conserva, Dania ve en ella un símbolo de la complejidad de los seres humanos y de la necesidad de una red de apoyo para entender lo que sucede dentro de ellos.

"El género no está entre la piernas, está en la cabeza".



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