Un debate no es una partida de ajedrez. Los precedentes no desaparecen en el tablero. No es el cálculo, ni el argumento lo que otorga la victoria. Un debate es un episodio más de una contienda. El más visible pero rara vez el decisivo. Es un partido que no empieza con el marcador en 0-0. Quienes han de dar el veredicto están ya, en su mayoría, comprometidos. Antipatías y simpatías definen la manera en que vemos un debate. Vemos un debate para reforzar lo que sabemos, para desestimar lo que nos fastidia. Por eso solamente una verdadera conmoción escénica puede tener efecto electoral. No la hubo anoche.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.