OPINIÓN

Ardua lucha

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

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El razonamiento que en seguida haré posee la contundencia de un silogismo lógico. Si las personas homosexuales tienen las mismas obligaciones que tenemos las personas heterosexuales, deben tener entonces los mismos derechos. En caso contrario estaremos frente a una flagrante muestra de discriminación, una clara violación de los derechos humanos. Me apenó la noticia de que el Congreso del estado de Baja California rechazó la reforma constitucional que habría permitido en esa entidad los llamados matrimonios gays -mejor es llamarlos "igualitarios"-, avance en el camino de la justicia que se ha conseguido ya en casi una veintena de estados del país. Debe hacerse notar que algunos diputados de Morena se abstuvieron de votar la iniciativa, lo que pone de manifiesto una vez más el talante conservador de ese partido en lo relativo a los derechos de las personas homosexuales. Eso es reflejo de la postura que al respecto mantiene su fundador, actitud fincada más en prejuicios que en ideas de justicia o de razón. Ardua será la lucha, entonces, para lograr que en todo el país se supere esa forma de discriminación. México es el único país de América del Norte que no admite todavía el matrimonio igualitario como norma nacional, lo cual debe avergonzarnos, pues nos sitúa en un nivel de atraso en lo que hace al reconocimiento de la igualdad de derechos entre todas las personas, independientemente de su condición social, sus ideas políticas, su credo religioso o su preferencia sexual. Lo sucedido en Baja California es lamentable. Ojalá ese pobre ejemplo no sea seguido en otros estados del país... Decía Hugo L. del Río, amigo inolvidable, que no hay hombre más humilde que un crudo. En esa espantosa condición, la de resaca, se vio aquella mañana don Chinguetas, a quien tenemos identificado ya como marido tarambana. La noche anterior se había corrido una farra de epopeya con sus amigotes, y pagaba ahora los efectos de su desvarío con esa cruda que ameritaba casi intervención quirúrgica. Le dolía terriblemente la cabeza; sentía calambres en todos los músculos del cuerpo; estaba poseído por náuseas y mareos. Se decidió por fin a abrir los ojos, seguro de que lo primero que vería sería a su esposa Macalota, que con rostro descompuesto por la furia le reclamaría a gritos su embriaguez de la noche anterior y su lastimoso estado actual. No la vio. Se enderezó en la cama como pudo y miró sobre el buró un mensaje que ahí le había dejado su mujer. Decía el tal recado: "Amor mío: Perdona que no te acompañe en estos momentos, que sé son muy penosos para ti. Tuve que salir a mi trabajo, pero te dejé unas cervecitas heladas en el refrigerador y unos chilaquiles picositos en la estufa, que espero te servirán de alivio. Ojalá eso te ayude a sentirte mejor. Te quiero siempre. Cuando regrese a casa te daré mil abrazos y mil besos. Tuya, Macalota". Don Chinguetas se quedó como quien ve misiones al leer esa misiva inverosímil. Bajó penosamente a la cocina. Ahí estaba su hijo mayor. Doña Macalota le había encargado que atendiera a su papá. Don Chinguetas, turulato, no se explicaba lo que estaba sucediendo. Le preguntó a su hijo: "¿Qué pasó anoche?". "Llegaste completamente ebrio -le contó el muchacho-. No sabías ni dónde te encontrabas. Caíste en la cama como fardo. Ni siquiera reconociste a mi mamá. Ella se dispuso a desvestirte, pero cuando iba a quitarte el pantalón la detuviste con energía. Exclamaste: "¡No haga eso, mujer infame! ¡Soy casado y amo a mi esposa!"... Nota: Seguramente don Chinguetas dijo entonces una frase que con frecuencia se escuchaba en las comedias españolas: "¡Ahora lo comprendo todo!"... FIN.