El Zócalo amaneció dividido en metros, no en festejo.
Antes de que la Presidenta Claudia Sheinbaum subiera al templete para encabezar el festejo del séptimo aniversario de la Cuarta Transformación, las organizaciones sindicales ya habían librado su propia batalla: la disputa por cada centímetro de la plancha. No era una concentración; era un reparto de territorio.
"¡Un desgarriate!", soltó uno de los organizadores del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), con gesto derrotado mientras intentaba contener a sus propios contingentes. Y era cierto: el Zócalo se había convertido en un tablero de líneas imaginarias que nadie terminaba de reconocer.
"Tú hazte para allá, quedamos que tu espacio era de la línea para allá", reclamaba un representante del SME a uno del SNTE, apuntando hacia el suelo como si la raya estuviera pintada.
Entre empujones, cintas improvisadas y banderas usadas como estacas, el corporativismo histórico volvió a ocupar la plaza pública como si nunca se hubiera ido.
Electricistas, petroleros, telefonistas, burócratas, ferrocarrileros, CROC, CTM y CATEM compitieron por espacios como en los viejos desfiles del PRI de los ochenta. Cada organización defendía su bloque como si ese pedazo de concreto definiera su peso político en el nuevo régimen.
El secretario general del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Alfonso Cepeda, presumía que había movilizado 45 mil maestros de varios estados.
"Llegaron desde las 2 de la mañana, desde estados aledaños: Ciudad de México, Estado de México, Morelos, el Valle de Toluca y de Tlaxcala", presumía.
Agradecía el aumento salarial del 9 por ciento para los docentes, pero llevaba la factura: "Esperamos que en el próximo año podamos llegar al mismo nivel que el salario mínimo, que es el 13 por ciento".
Contingentes que crecieron con el priismo regresaron para reafirmar lealtades. La CROC desplegó mantas gigantes; el STPRM llegó con globos y música; la CATEM -la más joven, pero ya bien posicionada en el oficialismo- presumió en redes: "Hoy las y los trabajadores reafirmamos nuestro compromiso con la Presidenta Claudia Sheinbaum".
A esa hora, la plancha ya era un mosaico de camiones estacionados en calles aledañas, batucadas importadas de distintos estados y banderas que se levantaban como fronteras. Desde la madrugada, el Zócalo había sido ocupado por contingentes enviados desde Aguascalientes, Veracruz, Sinaloa, Puebla, Chiapas, Michoacán y la propia Ciudad de México. Y mientras cada sindicato peleaba su metro cuadrado, miles de asistentes eran canalizados por accesos estrechos bajo instrucciones contradictorias.
"Nos dijeron que nos pusiéramos aquí, pero luego que no, que este espacio era de ellos", reclamó una mujer con gorra del STUNAM, arrinconada entre dos filas de burócratas locales. La escena se repetía en todas las esquinas.
Para grupos disidentes, el despliegue fue una demostración pública de músculo que buscó mandar un mensaje directo a Palacio Nacional: unidad y disciplina a cambio de protección, contratos colectivos, presupuesto, estabilidad y silencio ante cuestionamientos por corrupción.
"Aquí todos vienen a mostrar que siguen siendo útiles", murmuró un trabajador de Pemex mientras sostenía una bandera del STPRM que apenas podía mantenerse erguida entre la multitud.
A las 11 de la mañana ya era imposible caminar entre los bloques. Sonideros de Iztapalapa se mezclaban con mantas petroleras y globos corporativos.
En contraste con el caos visual, arriba del templete la narrativa era de armonía: siete años de transformación.
Pero abajo, sobre los adoquines, los liderazgos sindicales medían fuerzas, contaban cabezas, verificaban cuántas lonas se veían desde el centro, quién ocupaba el espacio frente a Palacio y qué gremio quedaba relegado junto a la Catedral.
Para cuando Sheinbaum tomó el micrófono y hablaba del pueblo organizado, el tablero ya estaba definido.
Cada sindicato había ganado -o perdido- su batalla territorial.
Los otros asistentes, los que llegaron en solitario, los morenistas de hueso colorado, los agradecidos con los programas sociales, los anti-prianistas, los curiosos, las feministas que agradecen la llegada de una mujer al máximo poder del País, quedaron lejos, en la retaguardia, relegados por el corporativismo.
Con información de Benito Jiménez