OPINIÓN

Felices por decreto

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
A la consulta del doctor Ken Hosanna llegó una chica escultural. Le dijo al médico: "Me duelen las articulaciones de la mano izquierda". El facultativo le pidió sin más: "Desvístase toda". La muchacha se amoscó: "¿Desvestirme toda porque me duelen las articulaciones de una mano?". "Está bien -concedió el galeno-. Puede dejarse los zapatos"... Preguntó Babalucas: "¿Cómo hago para ir de un lugar a otro en la ciudad?". Le recomendó su amigo: "Cómprate un boleto de Metro". Volvió a preguntar el badulaque: "¿Los hay tan grandes?"... Aquella noche don Cucano se fue de la oficina al bar con sus compañeros de trabajo, y por eso llegó a su casa en horas de la madrugada. La sorpresa que se llevó fue grande: su mujer estaba en el lecho conyugal en compañía de un sujeto. Al verlo entrar -a su marido, no al sujeto- la esposa le dijo: "¿Qué horas de llegar son éstas?". Don Cucano preguntó a su vez, furioso: "¿Quién es ese individuo?". Replicó la señora: "No me cambies la conversación. ¿Qué horas de llegar son éstas?"... "El dinero no compra la felicidad". Eso afirmaba el Chaparro Tijerina, amigo inolvidable. Y añadía: "Sobre todo si es poco". El concepto de la felicidad es huidizo. Alguien ha dicho que no hay felicidad: hay ratos felices. Quizá la felicidad no es algo que tienes, sino algo que recuerdas. Yo digo que puedes acercarte a algo parecido a la felicidad si tu carne y tu espíritu -vale decir tu cuerpo y tu alma- están en buenos términos, y si la llevas bien con tu pareja, con tu conciencia y con tu estómago. En buena parte el secreto de la felicidad reside en estar contento, o sea en estar contenido, conforme con lo que se tiene, sin ambicionar más y sin desear lo ajeno. Ni envidiado ni envidioso, dijo el clásico. Y ¿qué tienen que ver con la política estas lucubraciones de precio módico, por no decir baratas? Vienen a colación por el peligro que representa un gobernante que habla de procurar la felicidad de los gobernados. Su peligrosidad estriba en que les dará la felicidad en la que él cree, no la que ellos buscan. La función de quien gobierna no es ésa. Su deber es instaurar el bien común como base para que cada quien logre su propio concepto de felicidad. Los paraísos creados por decreto suelen devenir siempre en infiernos. Cuidemos de que nadie pretenda hacernos felices a huevo, si me es permitida esa expresión poco feliz. Cada quien debe buscar por sí mismo la felicidad... He aquí la historia del suertudo Juan, joven varón sin medios de fortuna. Se hizo novio de Dolarela, muchacha al mismo tiempo hermosa y rica. Le pidió matrimonio, y ella aceptó desposarlo, pues lo amaba. Surgió un obstáculo difícil: los padres de la chica desconfiaban del pretendiente. Pensaban que era un aventurero, un hombre movido sólo por el instinto del placer. La mamá de Dolarela le propuso a su marido: "Con tu autorización le pondré una prueba a Juan. Fingiré que me le ofrezco. Si cae en la tentación eso querrá decir que no tiene principios ni decencia, y romperemos su noviazgo con nuestra hija". En efecto, esa misma noche lo citó en su casa cuando no había nadie. Se le acercó en la sala; lo abrazó, voluptuosa y le murmuró al oído: "Me gustas mucho, Juan. Quiero contigo". Al oír eso Juan salió a todo correr de la casa. Le dio alcance la señora en la calle cuando abría ya la puerta de su coche. "¡No te vayas, Juan! -le dijo-. Fue una prueba que te pusimos, y la superaste. Ahora sabemos que eres un hombre de bien. ¡Que seas feliz con Dolarela!". "¡Uf! -pensó el suertudo Juan-. ¡Qué bueno que no alcanzó a ver que iba al coche a traer un condón!"... FIN.