OPINIÓN

Gracias a la vida

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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Doña Panoplia de Altopedo, señora de prosapia, sospechaba que don Sinople, su marido, le era infiel. Contrató a un detective privado y le pidió que lo siguiera y le informara luego a dónde había ido. Al día siguiente el investigador le dio el informe: "Su marido fue anoche a un bar de mala muerte, luego a un cabaret de dudosa reputación y por último se dirigió al Motel Kamawa". "¡Ah! -exclamó con acento triunfal doña Panoplia-. ¡Ahora sí tengo bases para pedir el divorcio!". "No se lo recomiendo -le sugirió el detective-. Yo estaba siguiendo a su esposo, pero su esposo la estaba siguiendo a usted"... El buen padre Arsilio se topó en una calle del pueblo con Pirulina, muchacha que hacía algún tiempo se había ido a vivir en la ciudad. Le dijo: "Recuerdo que eras muy aficionada a estar con hombres. Espero que te hayas convertido". "Me convertí, padrecito -le aseguró Pirulina-. Ya no soy aficionada. Ahora soy profesional"... Don Algón, ejecutivo de empresa, fue a un restorán de esos donde comes rico pero sales pobre. Pidió un corte de carne término medio rojo. (Postula un sabio adagio de cocina: "Lo cocido bien cocido, y lo asado mal asado). Al final de la comida le preguntó el mesero: "¿Cómo encontró su carne el señor?". Contestó don Algón: "Levanté una hoja de cilantro y ahí estaba"... En el poco tiempo que lleva de ser obispo de Saltillo, monseñor Hilario González se ha ganado no sólo el respeto, sino también el cariñoso afecto de sus feligreses. Su sencillez, su entrega total a su misión hacen de él un prelado ejemplar. Pues bien: sucede que don Hilario tiene esposa. Nadie se sobresalte ni diga: "¡Ah jijo!" o cualquier expresión equivalente. La palabra "esposa" sirve, entre otras acepciones, para nombrar el anillo que los obispos llevan desde el día de su consagración. Todos los obispos, pues, tienen esposa. Antiguamente, ese anillo debía llevar una amatista, especie de cuarzo fino cuyo color morado, señal de luto en la liturgia del catolicismo, servía para recordar a los dignatarios la pasión y muerte de Jesús. En la actualidad ya no pervive esa exigencia, y la esposa puede ser un simple anillo sin piedra o adorno alguno. En días pasados estuve en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Autónoma de Nuevo León. El prestigiado plantel está cumpliendo los primeros 70 años de su edad. Me alegró -y me honró- ver entre el nutrido público que asistió a mi conferencia al doctor Reyes Tamez Guerra, quien a más de haber sido director de esa Facultad fue gran rector de la UANL y excelente secretario de Educación Pública, y a su señora esposa, la doctora Cristina Rodríguez, a cuya labor de investigadora se deben valiosos frutos que han dado lustre a la Casa de Estudios nuevoleonesa. Al final de mi plática, el doctor José Ignacio González Rojas, mi amabilísimo anfitrión, me hizo un precioso obsequio que ahora está en la sala de mi casa: una hermosa piedra de rutilante cuarzo color violeta, o sea una amatista, cuyos reflejos ponen la belleza de su luz en los muros de la habitación. Recibí además una bolsa con los sabrosos dulces que se elaboran en la región citrícola de Nuevo León, de modo que salí de ahí como el jibarito de la canción: loco de contento con mi cargamento, y además muy agradecido con los maestros y alumnos de la Facultad, que con sus aplausos y sus muestras de afecto me enviaron de regreso a mi natal Saltillo dándole gracias a la señora vida por el don de haber vivido esos momentos. (Y también por la amatista, por los dulces y por haber visto a mis amigos Reyes y Cristina)... FIN.