OPINIÓN

'La casa de uno...'

Guadalupe Loaeza EN REFORMA

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Es cierto, que "la casa de uno es mejor...", como dijera el presidente Andrés Manuel López Obrador al otro día de haber dormido en Palacio Nacional en un departamento que se encuentra en el ala sur, compuesto por una recámara acondicionada (y no tres), sala, comedor y cocina que acondicionara el ex presidente Felipe Calderón. Lo mismo han de haber pensado los emperadores Maximiliano y Carlota al pasar la primera noche, el 12 de junio de 1864, en Palacio Nacional. Después de un recibimiento apoteósico en el corazón de la capital mexicana, organizado por los liberales y por Juan Nepomuceno Almonte, cuando cayó la noche, al acostarse la emperatriz, sintió que sus piernas se habían adormecido, como si un par de botas le oprimieran al máximo hasta la rodilla. Era una legión de chinches negras que se había amontonado y circulaba a lo largo de sus piernas. Por su parte, Maximiliano pasaría la noche sobre la mesa de billar, ahuyentando, como buen entomólogo, lo que reconoció como simples pero voraces "Conorbinus mexicanus". Mientras tanto, Carlota trataría de conciliar el sueño en un sillón. Me pregunto si el repentino cambio de opinión por parte del Presidente al declarar, en la mañanera de ayer, que estaría alternando entre su casa y el Palacio no se debió a un desagradable encuentro con la descendencia de las mismas chinches que atacaron de esa manera tan violenta a la princesa belga. Hay que decir que en esa época, en el siglo XIX, el Palacio Nacional no tenía ni una sola habitación restaurada. En el edificio, de gigantescas proporciones, los cuartos se hallaban vacíos, húmedos, oscuros, con las paredes agrietadas; para colmo vivía en él mucha "chusma", un montón de soldaderas indigentes con sus familias, sus perros y sus puercos. En el edificio se concentraban los ministerios, la imprenta estatal, la casa de moneda, el correo, los cuarteles, las prisiones y hasta un museo y un jardín botánico. Cuatro días después de dormir con tantas incomodidades, Carlota le sugirió a su marido irse a vivir al Castillo de Chapultepec, cuyo estado era aún peor que el que encontró en Palacio. (Datos del libro La Mariscala de G. Loaeza y Verónica González Laporte).