Los defensores del régimen empiezan a presentarse como realistas. Quienes defienden el pluralismo, las reglas, la racionalidad y hasta la decencia son ingenuos que no entienden lo que exige la política real. A medida que se borra el idealismo, se manifiesta un cinismo disfrazado de madurez. Los críticos, si no llegan a ser traidores, son inocentes que ignoran los duros imperativos del poder. El presidente López Obrador hablaba de los "buenaondita". Se burlaba de quienes salían en defensa de la ley, de la naturaleza, de los derechos, de todas aquellas causas que no eran defendidas por él mismo. El buenondismo es toda causa que se promueve por fuera de los conductos del régimen. Su propósito suena respetable pero no lo es porque no se subordina a la lógica del poder. Su independencia es su condena: al pensar por fuera de los lemas, al actuar sin la bendición de las nuevas corporaciones resulta objetivamente reaccionario. El buenondismo de ambientalistas, defensores de derechos humanos, organizaciones de la sociedad civil y feministas independientes es, para el régimen, otro disfraz de la reacción. Para una secta segura de tener en exclusiva la razón histórica, no hay causas válidas que no lleven el sello del poder.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.