OPINIÓN

Dioses fugaces

ANDAR Y VER / Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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El déspota no tolera la insumisión del impulso creativo. Porque la teme, odia la imaginación, ese territorio sobre el cual no puede imponer sus amenazas. Alberto Ruy-Sánchez ha vuelto a ese tema que ha explorado durante años en su nueva y admirable novela sobre Anna Ajmátova, la poeta a la que Stalin admiró con el odio de la envidia más profunda. Era tal el rencor de un psicópata que la torturó con la muerte de los suyos y con el silencio. Fue condenada a sobrevivir en el encierro y a no escribir. En su departamento, micrófonos que la escuchaban y afuera de él, espías que registraban cada uno de sus movimientos. Tenía prohibido publicar, pero también escribir. No tenía forma de hacerse de papel y de tinta. Y, sin embargo, a pesar de que sus captores vigilaban cada uno de sus movimientos, que impedían la entrada de esos instrumentos subversivos, su poesía venció al tirano. Por formas misteriosas que se revelan en la novela, sus poemas burlaron al Estado. Una obra portentosa venció al totalitarismo escurriéndosele por debajo de la puerta.