OPINIÓN

El jarabe del delito

Juan Villoro EN REFORMA

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Hace unos días crucé por tierra la frontera entre Estados Unidos y Canadá para dirigirme a Vancouver. La zona que delimita los dos países es un parque sembrado de flores donde juegan los niños. Todo parece idílico en el lugar, sobre todo para alguien que viene del sur profundo, donde la migración se escribe con sangre. Sin embargo, también los jardines tienen dramas que contar. Las discordias de la apacible frontera canadiense derivan del dulce regusto de la miel.