OPINIÓN

El sonido y la furia

Juan Villoro EN REFORMA

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En enero de 1994 entré al salón 203 de la Universidad de Yale. Harold Bloom había llegado antes que nadie y hojeaba la edición Riverside de las obras de Shakespeare. Así entraba en personaje el histriónico profesor. Sus primeras palabras salían en el tono de quien detesta el invierno y ha leído lo suficiente para decepcionarse de la realidad. Un hombre cansado de luchar contra el clima y los molinos de viento de la ignorancia: "Tuve que negociar mi camino entre la nieve. Si resbalo, voy a quedar como Humpty Dumpty, sin poderme levantar", dijo con melancolía. Era gordo de un modo "erudito": su sobrepeso parecía efecto de las lecturas que había asimilado. A los 64 años, hablaba como si hubiera alcanzado la edad de los profetas y le decía "child" a los alumnos, al modo del doctor Johnson.