OPINIÓN

Plaza de almas

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

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Don Layo -Estanislao se llamaba- vivía solo y su alma en el Potrero de Ábrego. Y también solo y su cuerpo, pues era viudo. A muchos hombres cuya esposa ha fallecido les pesa mucho la viudedad. A él no. Se las arreglaba muy bien. Andaba siempre limpio; era una gota de agua. Él mismo se lavaba, se planchaba y se hacía de comer. Sus vecinas del rancho decían con admiración que a nadie le salía la sopa de arroz y el asado de puerco como a él. Dueño de ganados y labores, don Layo era un buen partido. Más de una soltera de edad y más de dos o tres viudas le echaban ojitos, como se dice, pero él no hacía caso. Seguía solo y con sus viejos usos: nada más él fumaba ya cigarros de hoja. Decía que los otros no le sabían. Un día de mayo hubo fiesta en el Potrero -la festividad de Nuestra Señora de la Luz- y llegó gente de todo el mundo. Todo el mundo eran Saltillo, Arteaga y la Villa. Esa Villa era la de Santiago, Nuevo León. Y es que el rancho tenía dos caminos: por el del poniente se iba a Saltillo; por el de oriente se salía a la Villa. En esos dos extremos terminaba la Tierra; más allá no había nada ya. Hubo fiesta en el Potrero, dije, y acudió gente de todas partes. Vino una muchacha acompañando a Lipe, el de la troca de la mercancía. A don Layo le gustó la joven. No era muy bonita, pero tenía lo suyo. "La mujer debe tener di'onde se agarre el hombre, y el hombre di'onde se agarre la mujer", decía don Layo cuando no había señoras presentes. Una vez, con copitas, dijo ese dicho donde había señoras. Ellas se taparon la boca con el chal, para que no las vieran reírse, pero al mismo tiempo se enderezaron en la silla para que se viera lo que tenían. Aquella vez don Layo esperó a que Lipe se ocupara y le llevó un refresco a la muchacha. Ella recibió el obsequio del señor y le dio conversación. Don Layo le preguntó si era casada, y ella respondió que no. Luego le preguntó si tenía compromiso, y ella le dijo que tampoco: Lipe era su amigo, nada más. La había invitado a conocer el Potrero, pero hasta a'i. Entonces él le preguntó si podía vesitarla en el Saltío. Ella dijo que sí, que cómo no. Al señor le inquietó un poco eso de que primero le dijo que sí, que cómo no, y hasta después le preguntó si él no tenía compromiso. En la segunda visita que le hizo a la muchacha don Layo le propuso matrimonio. Ella aceptó. Los hijos y las hijas del viudo pusieron el grito en el cielo. Hablaron de la madre muerta, pero pensaban en la herencia viva. Don Layo no hizo caso. Los hijos se pusieron a averiguar y descubrieron que la muchacha había tenido dimes y diretes con Pedro, Juan y varios. Se lo dijeron a su padre con frase muy dramática, como sacada de una radionovela de la XEFB: "Esa mujer tiene un pasado". Con un refrán les contestó don Layo: "No mires para atrás y contento vivirás". Se casaron y fueron felices. Más de 20 años de grata vida conyugal gozó don Layo al lado de su segunda esposa. Aquí no se cumplió el dicho según el cual "Casamiento a edad madura, cornamenta o sepultura". Cornamenta no hubo nunca, y la sepultura llegó cuando debía llegar. A los 90 años de edad murió don Layo. Murió de su muerte, como dicen en el rancho cuando alguien muere de viejo. Al día siguiente del sepelio su viuda tomó el autobús y se marchó a Saltillo con lo puesto. Los hijos y las hijas de don Layo se pusieron a la orilla del camino para verla en el camión, pues no podían creer que se iba y les dejaba todo. Al pasar frente a ellos la mujer sacó la mano por la ventanilla y les hizo con el dedo de en medio una seña que ya no había hecho desde que se casó con aquel señor que la trató tan bien... FIN.