OPINIÓN

El triste

Guadalupe Loaeza EN REFORMA

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El avión del Ejército, un féretro de oro de 24 kilates; los restos que no aparecían por ninguna parte; los medios hermanos peleándose; la miseria económica de un ídolo y, sin embargo, el pleito de los hijos por una herencia que no existe; las intrigas de Sarita, la hija menor; las cenizas repartidas entre Miami y México; una despedida apoteósica en Bellas Artes con la Sinfónica Nacional y cuatro tenores y barítonos espléndidos; cadenas de televisión estadounidenses y mexicanas mostrando videos, simultáneamente, de la vida del cantante; el paso del cortejo de El Príncipe ante multitudes de fans que mostraban su foto, hechas un mar de lágrimas; la llegada de las cenizas y el coro de los vecinos de la colonia Clavería; la misa en la Basílica de la Virgen de Guadalupe y, por último, la llegada al Panteón Francés y el encuentro en la misma sepultura con la madre de un ídolo "inmortal". Todo esto sucedía ayer, mientras José José, dentro de su ataúd, lloraba su propia muerte, lloraba porque no sabía que era tan querido por el pueblo mexicano y lloraba porque todo el mundo creía en su voz, menos él.