OPINIÓN

Sánchez Cordero y Zaldívar encarnan ese irresistible vaivén, y esa contradicción íntima, entre la ambición y la libertad de criterio

Ministros

Jorge Volpi EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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El 23 de enero de 2013, los ministros Arturo Zaldívar y Olga Sánchez Cordero desempeñan un papel crucial en uno de los casos judiciales más relevantes de nuestra historia judicial. Por segunda ocasión, la Suprema Corte de Justicia discute si otorgarle un amparo a Florence Cassez, acusada junto con Israel Vallarta de secuestro; el año anterior, el proyecto presentado por el primero no obtuvo los votos suficientes; ahora, con un nuevo integrante de la sala, Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena, será el de Sánchez Cordero el que se someta a votación. En un giro inesperado, tras no conseguir los votos suficientes, la ministra recupera el de Zaldívar y, pese a la oposición de José Ramón Cossío, con quien este mantiene un largo diferendo, al fin consigue que se le otorgue un amparo liso y llano a Cassez, lo cual implica su liberación inmediata. A la distancia, parece claro que Sánchez Cordero y Zaldívar hicieron lo correcto, pero, para llegar a ese momento, debieron sufrir una inaudita presión -e incluso intimidación- por parte del gobierno de Calderón, quien había decidido apoyar hasta el último segundo a su brazo derecho, Genaro García Luna.