OPINIÓN

El charlatán de las estampitas

Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA

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Tenemos un Presidente incapaz de gobernarse. Esclavo de sus impulsos, no logra cumplir la elemental disciplina que es indispensable trasmitir en tiempos de emergencia. Los mensajes más simples son los más persuasivos. No provienen, por cierto, de la palabra sino de la acción. Rechazar visiblemente el aseo de las manos, no guardar las distancias aconsejadas, seguir con las rutinas como si nada estuviera pasando, promover la superstición. Esos son los mensajes del presidente López Obrador ante la peor crisis sanitaria de la historia reciente. El presidente de México se ha convertido en estos últimos días en el ejemplo mundial de lo que no debe hacerse. Se reirían en otras latitudes del salvaje que sigue empeñado en diseminar su baba por todo el territorio que gobierna para demostrar aplomo y valentía, pero nadie puede tomárselo a la ligera. Sus besuqueos y sus apretujones no son tomados como una simple inconsciencia sino como lo que son: una amenaza a la salud pública. El Presidente de un país latinoamericano promueve activamente el contagio con su conducta. Desprecia el conocimiento científico al invocar la protección de los amuletos que habrían de cubrirlo con un manto protector. Un Presidente entregado al impulso y a la sinrazón. Y no hablo de lo que hizo hace un mes ni de lo que hizo hace una semana. Me refiero a lo que ha hecho en las últimas horas, desatendiendo las indicaciones de todos los conocedores, desoyendo las recomendaciones de su propio gobierno, cerrando los ojos a lo que sucede en el mundo. Este fin de semana pudo verse al presidente de México organizando todavía eventos públicos, saludando a decenas de personas, rompiendo cotidianamente la barrera de distancia que su programa sanitario ha indicado. ¿Cómo puede atenderse una crisis de esta dimensión si el gobernante se escuda en la superchería? ¿Cómo puede gobernarse una crisis, si el gobernante no logra gobernarse?